viernes, 4 de noviembre de 2016

Cuentos de la mujer y el solitario, por Pablo Baca








Nota del autor*

Después de mucho tiempo – casi siete años- he vuelto a estos “Cuentos de la mujer y el solitario”, que ya para entonces habían perdido contornos. Estuve tentado de reconstruir las historias, suprimiendo párrafos, agregando algo a otras.
                   (Porque parece que en todo poema hay una historia. Que todo poema ocurre entre el espacio que queda entre la historia a que se refiere y el vacío que hay detrás de toda historia).
Después decidí publicarlo tal como los volví a encontrar; de algún modo han sobrevivido a la época en que los escribí y a todo lo que sucedió después.









 V

Detrás del cuarto en donde escribo,
del otro lado del rio,
todas las noches desaparece la montaña
y queda solamente un lugar pequeño
bajo los arbustos, bajo los cielos,
donde se acuesta a dormir
una niña perdida.
Y toda la noche se escucha
el murmullo del agua.

Las cosas que ocurren:
tantos hombres solitarios
donde se acuesta a dormir una niña perdida.
Tantos hombres bajo estos cielos lejanos,
donde viene a morir todo lo que no existe.

                 




VI

La mujer cuyo cuerpo era más grande. Una noche me dejó verla.
O esa otra, sobre la que alguna vez me acosté a descansar, porque como estaba de paso, no tenía nada que cuidar en este pueblo.
Como a ellas, también a vos te amé. Pero nunca pude sentir que yo era ese, a tu lado, el que amabas.




VIII

Con unas pocas ramas tratamos de hacer un lugar donde vivir esos instantes. Pero como la noche estaba por terminar, las ramas no eran suficientes: con la luz del amanecer cualquiera podía vernos.
Su voz entonces comenzó a sonar más débil. Aunque ella se esforzaba para hablar, como intentando abrir túneles en la nada. Sobre su voz caía el tiempo: ya tenía que irse.
La última vez que la escuché cantaba todavía en la oscuridad.





IX

Estoy quieto
en mi centro
mientras giran
conduciendo al deseo
tus caretas;
y en el centro
está tu rostro
que no veo, inmóvil
mientras giran
mis caretas
del otro lado
de la niebla.




XVI

Nos habíamos convertido
en dos fantasmas de la niebla
y entonces el viento
nos llevó hacía la noche.




XVIII

Una de ellas tiene el cuerpo
lleno de flores y mariposas.
Está enferma de esa belleza.
Tocarla sería herirla.

La otra está encerrada
en un cuarto distante del cuarto
donde estoy encerrado.
Aquella con la que estuve
abrazado atrás de la última pared,
sintiendo el viento de la llanura.
en verdad ha nacido en la memoria.




XXXI

Abrió la ventana y murmuró un nombre en el silencio. Un instante después sintió el frío de la noche y la cerró y volvió a su cuarto.
Ella había pasado por ahí mientras él dormía, caminando lentamente por el aire de la noche.






















*Tomando de “Cuentos de la mujer y el solitario/ He visto vivir”, impreso en julio de 2015, Jujuy, Argentina.

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