La noche cae fría sobre la ciudad de Rosario y el estadio Gigante de Arroyito es un verdadero polvorín. El minutero se acerca a las 21 horas cuando las lucen se apagan dando inicio al delirio colectivo. Detrás de la negrura y bajo los acordes de It's so easy aparecen las figuras de tres viejos conocidos: Axl Rose, Slash y Duff Mckagan, pilares de los Guns N' Roses, banda que regresa con su columna vertebral al país tras 23 años de ausencia.
Con las obvias marcas del paso del tiempo, el grupo se asienta sobre las tablas haciendo alarde de su salvajismo característico. El hombre de la Les Paul pasea su melena de punta a punta mientras lanza riffs endemoniados que culminan en la introducción de Welcome to the Jungle, ese gran himno que da la bienvenida a quienes arriban a la urbe con poco que perder.
Así, bajo la atenta mirada de una audiencia que saborea revancha, los Guns sacan de la galera un repertorio poderoso pero no menos emotivo, que incluye puntos de altísimo nivel como Estranged, Civil War, November Rain y hasta una zapada instrumental de Wish you were here.
El capítulo rosarino de la gira culmina con una frenética versión de Paradise City que inunda las costas del Paraná de papelitos y fuegos artificiales.
Buenos Aires
Dos días después del desembarco en Santa Fe, llega el turno de conmover a la Reina del Plata. La historia de los Roses con Buenos Aires es muy particular. En 1992, su primera visita a la ciudad incluyó un escándalo sin precedentes que tuvo como dato macabro un suicidio y palabras despectivas del entonces presidente para con el grupo. No conformes con dotar de semejante épica su relación con la Ciudad, los Roses la eligieron para realizar su último show en 1993.
Con algunos cambios en el setlist con respecto al recital de Rosario, como por ejemplo la inclusión del tema Coma, los californianos vuelven al estadio de River Plate. Traen una sorpresa de grueso calibre como para ratificar su aprecio por estas tierras: Steven Adler, baterista original del grupo, se sumará para interpretar Out Ta Get me, en la primera noche y My Michelle, en el segundo show.
Un Axl sólido dejando todo de sí en cada nota, un Slash demencial que confirma sus medallas con solos de antología como el de Double Talkin Jive y un McKagan dueño de una impronta única, son la fórmula de un quinteto que suena sólido y que regala momentos de gran adrenalina como Live and let die. Su trato con la gente es casi nulo, pero eso no los hace descorteces. Hay química.
Otro punto de los altos en la velada porteña será la interpretación de Nightrain, una oda que desata la locura masiva entre los presentes. Las bocinas del tren nocturno anticipan el comienzo del fin. El viernes sonó Don't Cry y el sábado Patience, luego una poderosa versión de The Seeker, tema de The Who, y cierre obligado con viaje a la ciudad del paraíso.
Se esfuma así en el aire, dejando conformes a propios y ajenos, la esencia de aquella banda que, mientras los 80's transcurrían al ritmo de los sintetizadores, pateó el tablero con Apettite for Destruction, un álbum de antología que devolvió al rock la vara de mando y volvió a enamorar a los nostálgicos de los '70.
Quienes asistieron pudieron corroborar que no era un mito sino una realidad legendaria. Los Guns N' Roses existen y están vivos.
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