viernes, 9 de septiembre de 2016

"Donde hay que contar el rock and roll, ahí estoy yo". Una entrevista a Sebastián Duarte, por Joaquín Rodriguez





En un viejo bar ubicado en Magallanes y Patricios, allá donde la ciudad se quiebra y el Riachuelo divide La Boca de las márgenes fabriles de Avellaneda, Sebastián Duarte me espera con un cortado en la mesa. Sus cuarenta años se ocultan  tras sus lentes negras y una sonrisa que dibuja al verme llegar. Lo noto cómodo y es natural; gran parte de su obra se ha desarrollado en lugares así. Habitué del San Telmo profundo, ex manager de bandas y periodista de armas tomar, su currículum incluye una vasta colección de libros de su autoría entre los que se destacan “La Constitución Travesti”, “Yo toqué en Cemento” y “Ricky de Flema: el último punk”.

- Tus trabajos están lejos de la figura del escritor académico, te ubicás más cerca del escritor maldito ¿Te considerás como tal?

- Yo soy un tipo de escritor que viene del periodismo; vengo del lado de Walsh,  de Caparrós. Me identifico con el nuevo periodismo, soy hijo de esa nueva generación del estilo gonzo. Henrry Miller, Bukowski, Kerouac y tantos otros me inspiran. Siento mucha afección por ver toda la aldea, todo el panorama. Empecé a los 30 años, con el libro de Ricky. No era tan joven, pero si empecé a esa edad es porque ya no era un pendejo. Creo que me vi forzado a escribir libros por un desencanto con el periodismo. Se han perdido los códigos, algo que me disgustó y me llevó a trabajar solo.

- Decís que el desencanto con el periodismo te llevó a dedicarte a la escritura de libros ¿Cómo fue ese proceso de abordaje de la profesión desde otro ángulo?

- Nunca pensé en escribir libros, lo que me aportó fue todo lo vivido. Siempre fui muy curioso y de almacenar historias vividas o experimentadas. Cuando arranco a escribir comienzo con la vida de Ricky Espinosa, que era de mi barrio. Yo me movía en el ambiente de la música zonal y esa información la tenía viva. Esa obra es también una especie de autobiografía.  Además me motivó el hecho de ser adolescente y leer revistas como “Cerdos y Peces” y soñar escribir en ella; un día sucedió. En los 90, cuando empecé en esto, se hablaba de la “Era de la comunicación”. Yo creo que hoy día vivimos la “Era del marketing”. Hoy con las redes sociales podés construir un personaje tuyo bien alejado de lo que realmente sos. No me gusta, pero si estás al margen de eso, es muy difícil. Una cosa es escribir un libro sobre Ricky Espinosa y otra es escribir un libro sobre Cerati. La diferencia es mucha. Yo apelo a las inquietudes.

- ¿Te pudiste reencontrar hoy en día con el periodismo de redacciones o seguís enojado con el ambiente?

- Es difícil. Hoy cualquier jefe de publicidad tiene mucho más peso que un jefe de redacción, entonces el empresario da prioridad a quien le trae el dinero.  Los que lograron sobresalir lo hicieron en otra época. Hoy un estudiante de periodismo puede generar una polémica nacional con un video filmado desde un celular. En la actualidad, la imagen dice más que la palabra y la palabra siempre debe ser fragmentada, creo que es el ABC de esta época, entonces hay que buscar la vuelta desde el ángulo marketinero para que algo funcione.

- Hay una visión más global del juego

- Antes no era así. Era de otra manera, y ahora no hay códigos ni entre los protagonistas. Traiciones, figuretismo, mucho querer llegar primero, eso genera la inmediatez. La condena de la web es tremenda. No somos jueces, pero todos están juzgando. Si en “Yo toqué en Cemento” yo hablo de Chabán, me dicen “ehh, hijo de puta, estás lucrando con Omar”, entonces hay que pensar muy bien qué repercusiones puede tener una obra.

- “La Constitución travesti” es un libro muy profundo dónde abordás una realidad un tanto fuerte y desconocida ¿Creés que fue un quiebre en tu carrera?

- Fue un proceso largo pero el disparador no fue la idea de escribir. Marcó un antes y un después en mi vida. Primero fueron tres, cuatro años, donde estuve muy vinculado con el barrio de Constitución y el trato con ese submundo. Un día me surgió el hecho de escribir todo eso. “Estoy viviendo en carne propia esa realidad”, pensé, y, ya habiendo escrito una primera obra, sentí la necesidad de continuar. A diferencia de las redacciones o de la grabación de un disco, el escritor es solitario. Vos estás solo frente al espejo tratando de reflejar esa historia que tanto te apasiona y que necesitás contar para el que está afuera. Mi caso fue el de un escritor independiente que tiene la posibilidad de crear algo propio, algo que dispara su imaginación y le interesa. Tengo la necesidad de ser sincero en mis libros, de que se note mi impronta y que soy yo quien escribe. Donde hay que contar el rock and roll, las partes oscuras, ahí estoy yo.

-  Yendo a la cuestión de fondo en sí ¿Qué te dejó el mundo de la prostitución travesti?

-  Me dejó mucha sabiduría y experiencia de vida pero también muchas secuelas: mis realidades y vínculos con la noche; mis encuentros y pérdidas con ella. He perdido mucho, hasta parejas. Cuando te miran, te miran con esa historia detrás, no te ven desde otro lado. No es que soy un flaco que trabaja en una oficina, tengo todo eso de atrás y es muy riesgoso. A mí me trajo muchos conflictos afectivos, siempre generó dudas ese pasado. Son cosas que quedan y que, cuando el otro te observa, te ve con todo eso.  Yo cargo con eso. No lo vivo como algo malo, pero lo padezco a veces. Cuando uno vive intenso, del otro lado saben que están viviendo con un intenso y si el otro no está capacitado para eso, no lo puede entender. Mi hermano, por ejemplo, es médico y todos los ven como médico y lo tratan como tal; ese respeto que hay por mi hermano no lo tienen conmigo. Es una especie de encasillamiento en el que te pone la sociedad. Si yo escribiera poesías verían al poeta.

- ¿Te pesa cargar con ese pasado?

- A nivel afectivo sufrí las consecuencias. No dejo de sufrir porque soy un ser humano; me apena que a veces el otro me encasille tanto. Me duele que el árbol tape al bosque, pero no cambiaría mi elección, ni dejaría de ser quién soy para resolver otro aspecto de mi vida. Si quiero escribir sobre algo que tiene que ver con la noche, voy detrás de eso. Sería muy miserable de mi parte para conmigo mismo renunciar a lo que soy.

- ¿Te arrepentís de algo en cuanto tu carrera?

- Como todo humano a veces hago revisiones y digo “qué tonto que fui”, pero es propio de nuestra condición. La equivocación significa que uno vive. Hay gente que se lo pregunta pero prefiere estar parado en una baldosa y eso le genera seguridad; la gente busca seguridad todo el tiempo y yo también, pero tengo debates y discusiones con mi seguridad. Es algo cultural; una discusión eterna. No siento arrepentimiento pero sí tristeza; no es desde mi condición de escritor sino desde mi condición humana. Uno se puede arrepentir de haber perdido a alguien que quería. Sin embargo, nunca fue una traba: yo seguí escribiendo siempre. Todo es válido cuando te dejás llevar por tu corazón…

“Cuando uno piensa en un escritor, acude a su mente la figura pulcra de un Cortázar, de un Borges. Su escritorio, su traje impecable. No. Yo no soy de esos”, sentencia Seba. Es consciente de que sus letras son corruptas;  hay una presencia nocturna constante que las sobrevuela, como un buitre silencioso que se posa majestuoso sobre los cielos.  Antes de partir lanza una última proclama de factura propia: “Nos vemos por Buenos Aires”, dice.  Su figura, su bagaje y sus fantasmas se pierden calle abajo. Sobre la mesa queda la taza de café vacía y el recuerdo de su sonrisa entradora…




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