Cada tanto
alguien se anima a decir algo desde la antena de su propio corazón y no desde
el estereotipo trillado de la máscara roquera con todas esas poses de reviente
barrial perfectamente estudiadas en el espejo de sus baños. Hace poco salió Los regalos, de Federico Hoffmann. Está
en bandcamp, se puede escuchar ahí. El compositor es alguien que se anima a
decir esas emociones eternas: miedo, amor, gratitud, soledad, etc. pero intenta
nuevas formas para emociones eternas y siempre actuales. El que se adentre en Los regalos va a encontrar una cita de
J. D. Salinger, sin pedirle permiso a nadie, entre programaciones, guitarras
eléctricas y coros. Hoffmann tienen una de las voces más poderosas y dulces del
rock vernáculo. Y sus letras son poemas para cantar.
Prietto es otro
artista innegable. Es cierto que canta con una inflexión en la voz parecida al
gran Pity Alvarez. Por otra parte, Pity es uno de los poetas más grandes de
nuestro país. Nadie podría negar la influencia y filiación entre Prietto viaja al cosmos con Mariano o Los espíritus y Manal. Pero Prietto tiene una obra sobre la que descansar. Un
ramillete de discos con composiciones variadas y admirables. Y sobre todo el
poema Prietto. Esas letras no tienen nada que envidiarle a la desvencijada
lírica actual de los roqueros argentinos y su coro plañidero de plagiantes en
formol.
El tucumano Patricio García, ex Los chicles, haga lo que haga lo va a hacer bien, porque es un
artista, no solamente un músico con talento. Dios me ha dicho que ponga la bomba es su último disco y hace años
que estoy esperando el próximo. Los
conjunto, desde San Juan, tienen carisma, sin pose. Hacen un rock
psicodélico inesperado. Hablan así: “Flashamos un misticismo barato porque es
más fácil conseguir cerveza que ayahuasca.” Ellos están más cerca de Bukowski
que Iván Noble, que se las da de bohemio y es un careta.
¿Qué pasa? ¿Ya no hay valor en la originalidad? ¿Dónde quedó en la escena roquera la voluntad de ruptura? Las mismas canciones que hablan de las mismas cosas con las mismas palabras. Siempre es lo mismo, nena; Pappo tenía razón. Borges dice que las emociones que genera la literatura quizás sean eternas, pero los medios para generarlas tienen que renovarse continuamente (“Las versiones homéricas”). El detalle parece una proeza de estilo para la gran mayoría de bandas en la soporífera actualidad de la escena argentina. El rock nacional no agoniza pero hace la plancha en una laguna de conformismo.
¿Qué pasa? ¿Ya no hay valor en la originalidad? ¿Dónde quedó en la escena roquera la voluntad de ruptura? Las mismas canciones que hablan de las mismas cosas con las mismas palabras. Siempre es lo mismo, nena; Pappo tenía razón. Borges dice que las emociones que genera la literatura quizás sean eternas, pero los medios para generarlas tienen que renovarse continuamente (“Las versiones homéricas”). El detalle parece una proeza de estilo para la gran mayoría de bandas en la soporífera actualidad de la escena argentina. El rock nacional no agoniza pero hace la plancha en una laguna de conformismo.
En la
literatura también es comprobable esto que digo. Si alguien lee El túnel, de Ernesto Sabato, si alguien
pierde su tiempo y lee Sabato, y además lo considera original, es porque no
leyó El extranjero, de Camus. El
lenguaje desafectado de Camus, sus frases cortas, la ausencia de motivación
psicológica que presenta su personaje evidencia que Sabato le afanó a Camus la
esencia de su novela. Sabato no inventó nada, copió a Camus. Leer a Alejandra
Pizarnik sin haber leído a Antonio Porchia es leer ingenuamente a Pizarnik. Hay
textos en prosa de Pizarnik que son pastiches del nonsense de Lewis Carroll, ejercicios de imitación o emulación. Por
eso Rimbaud siempre va a ser original, porque él y Lautréamont inventaron algo
que incluso hoy se sigue emulando. Son absolutamente modernos. Claro que leer
la literatura desde escuelas o ismos en una idiotez de erudito. Pero hay una
base. José Hernández no inventó la gauchesca. Si uno lee a Bartolomé Hidalgo o
a Estanislao del Campo va a encontrar giros que aparecen en Hernández. Pero hay
diferencias. La gauchesca con El gaucho
Martín Fierro dio un salto. Hernández hizo algo con el género para que
trascienda. Todos somos hijos de una generación, decía Osvaldo Lamborghini.
Todos toman cosas de otros, pero algunos las estiran y hacen algo nuevo, otros solamente
copian. No estudié Letras, pero me gusta leer y tengo gusto propio.
Charly García
le leía por las mañanas la Odisea a su
hijo, Migue. Fito tiene una deuda de amor y filiación con Macedonio Fernández y
con Los siete locos, de Arlt, y lo dice
en sus canciones. Calamaro es lector de Emil Cioran. Spinetta revive a Artaud;
Melingo, a Enrique Cadícamo. ¿Catupecu
Machu que actualiza? Es como el marxismo de Adrián Dárgelos, con la guita
que él tiene podría pavimentar toda la Villa 31; quizás solo le guste hablar de
Marx, como a Mirtha Legrand le guste hablar de economía política en sus
almuerzos televisivos. ¿Pastillas del
abuelo qué actualiza? Si pasan en las radios su música es porque hay gente
detrás lucrando con la sordera de los adolescentes. ¿Banda de turistas? ¿Surfistas
del sistema? Mejor sigo escuchando Virus
o Los abuelos de la Nada. Falta algo
más puro y verdadero en la escena vernácula. Quiero escuchar bandas nuevas que
digan cosas verdaderas. Las bandas nuevas que escucho se parecen a esas
películas de acción hollywoodenses en donde se muestra la misma escena de
combate que vienen filmando desde hace siglos. Esa misma larga pelea que nos
quiere mantener estúpidos delante de la pantalla. ¿Es pereza? ¿Es comodidad?
¿Es falta de talento? Chano es un reflejo de nuestra música argentina sin
talento y con reconocimiento discográfico. Su último video “Carnavalito” da
cuenta de su mediocridad llena de guita encima. Hay tanta bandas en el pozo sin
fondo del under que no tienen el lugar que buscan quizás por culpa de imbéciles
como Chano, que con la guita que hay detrás de él ocupa un lugar
desproporcionado para lo desproporcionadamente malo y vulgar de su música con
arreglos de pochoclos y confites.
Charly García
hizo muchos de sus propios clásicos a partir de temas ajenos: “Popotitos” lo
sacó de “Bony Moronie” de Larry Williams; “Me siento mucho mejor”, de “I’ll
Feel a Whole Lot Better” de The Byrds; “Sweet Home Buenos
Aires”, del tema de Lynyrd Skynyrd o “Influencia”, del “Influenza” de Todd Rundgren.
Pero ahí hay un artista mostrando la costura de sus composiciones. No es
alguien metiendo la mano groseramente en la estética de los otros. En la revista
Rolling Stone, año 2008, Charly
comenta: “Una vez le dije a Migue: Si hacemos el mejor disco del mundo, ¿te
copás aunque no venda nada? Me dijo que no, y le dije: Sos un pelotudo.
Primero, porque el mejor disco del mundo no puede no venderse. Y segundo porque
si no tenés ningún ideal, ¿qué música puede salir?” A eso quería llegar. No veo
ideales en la gran mayoría de la carnicería discográfica actual. Mucho
personaje. Mucha foto y poca tripa. Cancherismo con olor a machismo. Falta
profundidad, falta sensibilidad, falta originalidad, falta encierro. Mucha pose
fatal, poca lectura. Confío en el underground.
Hola Román: estoy de acuerdo.
ResponderEliminarTe muestro un artista que (tal vez) te guste. Tiene lo que reclamás en el artículo. Martín Rodríguez.
www.martinrmusica.com
Saludos!!
Charly hace popotitos emulando a enrique guzmán y los teen tops, ahi no está la original de larry williams
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