Aunque
ustedes no lo crean: el escritor que convoca convocar vía twit a festejar la muerte de J. D. Salinger y
el espectador que rompe a llorar frente a la pantalla de Toy Story 3 son la misma persona: Bret Easton Ellis. Alguna vez enfant
terrible de las letras
norteamericanas y hoy autor de un escandaloso clásico moderno llamado American Psycho, Ellis ha
decidido celebrar su cuarto de siglo en seísmica actividad volviendo a los
orígenes. Así, Suites imperiales es una réplica y onda expansiva de Menos que cero y, al mismo tiempo, para él, un volver
a empezar.
¿Estaba ya en sus fantasías, hace veinticinco
años, reencontrarse con los jóvenes perdidos de «Menos que cero»?
El libro es algo así como una sorpresa. Un nuevo principio en
más de un sentido, aunque, paradójicamente, remita directamente a mi debut como
novelista. Una nueva dirección. Aunque esto no haya sido algo calculado. No soy
del tipo de escritor que traza un mapa o plantea una estrategia y luego lo
sigue. Escribo lo que siento. Lo que no quiere decir que, una vez decidido el
tema y trama o tono del libro, no lo planifique cuidadosamente antes de
plantarme frente a mi ordenador. Tenía perfectamente claro cuál sería la
primera oración y cuál sería la última y las cosas que ocurrirían entre una y
otra. Lo que no puedo –y no me interesa controlar– es la idea para una novela.
De dónde viene y por qué.
Lo que, supongo, no le impedirá precisar unas
mínimas coordenadas en cuanto a la génesis del asunto…
Digamos
que no soy uno de esos escritores pragmáticos. Tampoco soy uno de esos
escritores, como Chuck Palahniuk,
que sienten la necesidad de publicar todos los años. Yo me tomo mi tiempo.
Varios años. Y el libro acaba siendo una especie de espejo más o menos deformante
de lo que ocurre en mi vida mientras lo escribo. Empecé con Suites imperiales y me mudé de Nueva York a Los Ángeles
para trabajar en una película. La experiencia resultó ser un desastre. De
pronto, estaba rodeado de mucha gente que me mentía. Y me puse muy paranoico. Y
me puse a leer de nuevo a Raymond Chandler. Los Ángeles nunca se me hizo tan
solitaria como entonces. Y tuve una relación con alguien muy inestable. Y fue
una época espantosa. Pero, como siempre, todo eso me llevó a escribir acerca de
lo que me pasaba. No como crónica sino como reflexión emocional, como estado de
mente. Y nada se pierde y todo se transforma, y –presto– resulta que Clay, mi
viejo personaje, era guionista de cine.
Supongo que esto significa que no se ve,
dentro de otros veinticinco años, escribiendo una continuación de «Suites
imperiales» con un Clay casi septuagenario.
No. Es decir: no puedo imaginármelo desde el aquí y el ahora.
Lo pregunto porque pienso que el tema de
«Menos que cero» era ser joven durante los 80, mientras que el tema de «Suites
imperiales» es ya no ser tan joven aquí y ahora. La edad aparece en todos sus
libros como factor decisivo, y en «Suites imperiales» Clay se define como
«adolescente viejo».
Puede
ser… Aunque el tema de envejecer no es algo que me interese. Es como hablar del
clima: todo el mundo lo hace, todos envejecemos. Pero sí es verdad que en todos
mis libros los protagonistas tienen la edad que tengo yo mientras los escribo.
Dieciocho o diecinueve años en Menos
que cero. Patrick Bateman tiene veintialgo en American Psycho. Treinta años
en Glamourama. Lunar Park es la frontera con los cuarenta… En
realidad, si hay que pensar en un tema para Suites
imperiales, hay que definirlo en términos de estilo y género: Chandler, la
novela de Hollywood, el Los Ángeles noir y la adicción a cierto tipo de
narcisismo inseparable del mundo del cine.
De ahí el tránsito natural de Clay hacia las
películas.
Clay,
con todos sus problemas, es un romántico. Y también es un masoquista. La
capacidad de amar está siempre ligada a la voluntad de sufrir amando. Volviendo
a lo de antes: no me interesaba la idea de un Clay más viejo. Sí me interesaba
en lo que Clay se había convertido, habiendo sido educado en el ambiente lujoso
y permisivo de Menos que cero.
Me interesaba su personalidad, no sus arrugas. Y, sobre todo, me interesaba
saber qué pensaba Clay acerca de cómo habían salido las cosas. Y así, de algún
modo, supe que Clay era ahora un guionista de
cine.
¿Y sabe cómo es Ellis? Es decir: ¿existe un
Personaje Easton Ellis o un Lector Ellis? ¿Le preocupa el cómo se lo ve desde
fuera?
Nada
me interesa menos. Pero tal vez esto suene un poco brusco, así que intentaré
explicarme… Por un lado, el lector no tiene nada que ver con la construcción de
un libro. Yo escribo el libro porque quiero escribirlo y porque significa algo
para mí: yo descubro y
hasta corrijo cosas sobre mi persona mientras estoy ahí dentro. Es decir: soy
un novelista. Y eso es algo que sucede nada más entre la novela y yo. No tiene
nada que ver mi agente o mi editor o mi mejor amigo o, mucho menos, mis
lectores. Empieza y termina en mí. Por y para eso escribo. Porque me gusta y me
sirve estar en esa situación. En absoluto pienso en las reacciones de segundos
y terceros.
Pero el público o los lectores siempre suelen
esperar algo de usted.
Sí,
y me divierte mucho que la gente piense que yo intento escandalizarlos con mis
libros. Esa idea de que soy una especie de provocateur que tiene que vivir todo eso para
después ponerlo por escrito. Y no es así en absoluto. Hay lugares a los que
sólo voy en mis ficciones. Lugares muy oscuros a los que ni se me ocurre ir más
allá de mi teclado. De ahí que siempre me extrañe ser considerado «el chico
malo de la literatura norteamericana» o «el príncipe oscuro de las letras de
Estados Unidos». No hay problema si les resulta cómodo verme así. Pero yo jamás
tuve ni tengo la intención o tentación de ganarme ese título.
O sea, que está cansado de la idea de Ellis
como personaje de Ellis.
Sí. O no. Es decir… Ya son veinticinco años viviendo con eso;
así que me he acostumbrado a ser una especie de marca. A que la gente diga
«ayer tuve una noche muy Bret Easton Ellis». En cualquier caso, el que tus
ficciones sean el referente automático para una determinada situación o estado
de ánimo no deja de ser una suerte de elogio.
La obra como definición…
Así es. No está mal que tu apellido salga en conversaciones como
referente y que la gente entienda de inmediato qué significa. No deja de ser
una etiqueta reconocible. Dicho esto, repetiré lo que digo siempre: mi vida no
es tan agitada. Mientras todos andan por allí teniendo «noches muy Bret Easton
Ellis», lo cierto es que Bret Easton Ellis está en su casa, solo, viendo la
televisión.
Y qué hay de esa otra etiqueta: «Escritor generacional».
Puro
y completo accidente. Con
Menos que cero lo que yo hice
fue nada más escribir una novela sobre la alienación que yo sentía siendo un
adolescente en Los Ángeles. Empecé esa novela mientras estaba en bachillerato y
jamás pensé que sería publicada. La empecé como un diario íntimo, un lugar
donde descargarme. Y en algún momento mutó a novela y se editó; pero yo no
pensaba nada más que en mis amigos como posibles lectores. Resulta que la leyó
bastante más gente y me convertí en escritor generacional. No hay problema.
Pero no fue algo calculado.
Y luego «American Psycho», clásico moderno y
una de las novelas más trascendentes de la segunda mitad del siglo XX…
Bueno,
gracias…, pero de nuevo… Mire, ahora me siento cómodo y sincero hablando sobre American Psycho. Cuando salió,
con todo el escándalo, yo repetí una y otra vez, a modo de defensa, que era una
novela satírica o una denuncia virulenta que se reía de o condenaba al universo
de Wall Street, de los yuppies y sus excesos. Pero lo cierto es
que se trata de algo mucho más personal.
¿«American Psycho» «c’est moi»?
Algo así. Es una novela sobre mi soledad, mi alienación, mi
dolor, mi frustración por convertirme en un hombre dentro de una sociedad que
me resultaba tan atractiva como repulsiva. Un sitio en el que quería encajar;
pero al mismo tiempo me daba tantas ganas de vomitar...
¿Habrá «American Psycho II»?
Absolutamente no.
¿Piensa que, a su manera, Clay padece la misma
«enfermedad» que Patrick Bateman? ¿Es otro «american psycho» o un «american
paranoid»?
Mmmmmm… No suelo responder a ese tipo de preguntas porque me
suenan a material para tesis universitaria. No pienso en mi obra a ese nivel.
No diagnostico. Aunque podría inventarme en el acto un buen puñado de ideas
literarias. Pero me niego a eso. Ya que estamos: ¿a usted qué le parece?
¿Padecen el mismo virus?
Me parece que no.
Ok. Me alegra que piense eso… Así que no era una duda suya, sino
curiosidad acerca de lo que yo pensaba.
Sí.
Pues se va a quedar con la curiosidad, ja.
¿Me quedaré también con la curiosidad de cuál
fue el disparador de «Suites imperiales»?
La
idea de Suites imperiales no es algo nuevo. Pensé por
primera vez en una secuela de Menos que cero mientras estaba metido en Lunar
Park. Y releí entonces mi primera novela, porque el protagonista de Lunar Park
es un escritor llamado Bret Easton Ellis. Una exageración de Bret Easton Ellis.
Y, para redondearlo como personaje, necesitaba volver a leer aquello que lo
había convertido en Bret Easton Ellis a los ojos de los lectores y, me temo,
del público en general. Y releyendo Menos
que cero fue inevitable para mí pensar: «¿En qué andarán Clay y sus amigos
por estos días?»
Y, una vez lanzado, ¿qué es lo que ocurre?
¿Cómo trabaja?
Yo siempre sigo dos pasos a la hora de escribir una novela.
Primero me encargo de lo que yo llamo la parte emocional: decidir qué les va a
pasar a los personajes y cómo les afectará eso que les ocurre, cómo se
expresan, cómo piensan. Y después viene la parte técnica. Y tanto en una como
en otra parte, lo importante es no tener miedo. Y tener claro que escribir es
divertido. Algo excitante que te puede llevar a sitios en los que nunca
estuviste y en los que, de pronto, estás viviendo y donde vas a pasar un tiempo
largo. Para mí no hay momento de mayor felicidad que cuando se me ocurre la
idea de un libro. De pronto tengo un sentido, una dirección, algo que me saca
de las miserias del mundo. Y tiene su gracia: porque mis novelas a menudo
surgen a partir del dolor y la confusión y la pérdida. Y tratan sobre todo eso.
¡Pero yo soy tan feliz poniendo todo eso por escrito!
¿La ficción como catarsis de la no ficción?
No, como drama. La novela surge del drama y uno escribe sobre
momentos tristes para averiguar cómo te pasó o sentiste todo aquello. Pero el
acto de la escritura en sí es para mí la felicidad absoluta. Todo esto para
decir que me gusta mucho escribir.
Y aún así no le gusta sentirse un escritor
entre escritores.
No
me siento parte de ningún gremio o hermandad. Soy completamente ajeno a todo
paisaje literario. Soy una especie de alien. Y no tengo ningún problema con
ello. Si muchos consideran a Chuck Palahniuk como mi aprendiz, bueno, está
claro que el aprendiz ha tenido mucho más éxito que el maestro, ja. Vende más
que yo y es más popular, y supongo que la gente tiende a ponernos el rótulo de
«transgresores» aunque seamos escritores completamente distintos. Conozco a
Chuck y jamás conversamos acerca de mi posible influencia en él. Una cosa es
cierta: el tratamiento que se me da como escritor no es el mismo que el que
reciben Michel Chabon o Jonathan Franzen o Jonathan Lethem. Son muy buenos
escritores. Kavalier y Clay y Las correcciones y La
fortaleza de la soledad son
muy buenos libros. Mejores que American
Psycho… No, no mejores: distintos. Tal vez ellos sean más talentosos en
términos de escritura y fraseo. Yo no creo que pueda escribir el tipo de
oraciones que escribe Franzen. Pero American
Psycho significó y significa
mucho para mucha gente que conectó con él. Definió algo y es muy extremo y nada
convencional.
¿Y qué pasa con el ambiente del cine? Tiene
varios proyectos en puertas y parece sentirse más cómodo allí.
Mi
vínculo con el mundo del cine es muy superficial. La gente piensa que es mucho
más importante de lo que en realidad es. De pronto empezaron a encargarme
trabajo como guionista. Pero nunca fue mi ambición ser parte de Hollywood,
aunque es mucho más divertido que vivir en la pedestre y moribunda cultura
neoyorquina. Así que huí de todo aquello. Tampoco me pagan mucho, no me estoy
haciendo rico escribiendo blockbusters.
Estoy más metido en proyectos independientes de esos que tal vez se hagan y tal
vez no. Y alguna cosa en televisión, medio que está pasando por un momento muy
interesante. Lo que me atrae ahora es relacionarme con gente creativa e intentar
que alguno de esos proyectos prospere. Eso sí: hay que saber mantener cierto
equilibrio y no dejar que te devore el cine o la televisión porque son,
también, medios muy frustrantes. Nunca hay que entregarlo todo allí. Hay que
guardarse buenas cartas para jugarlas en la mesa de la novela. Yo sé que mi
novela será publicada; pero no puedo asegurar que mi película o mi serie será
producida, estrenada o emitida. Ser creativo en Hollywood no significa,
necesariamente, crear algo para que los demás lo vean.
Lo que significa que no cree, como muchos, que
la Gran Novela Americana pase hoy por las series.
No.
Pero, en cualquier caso, todo pasa ahora por la imagen. La gente ha perdido la
paciencia con los libros. No dispone de tanto tiempo. Ni siquiera posee la capacidad
de atención que solíamos dedicarle antes. Es un hecho. Me pasa a mí, que soy un
escritor. Imagínate lo que le pasará a alguien que es nada más que un lector.
Yo ya no aprendo nada del mundo a través de una novela. Yo ahora leo novelas
como alguna vez leí poesía. Para relajarme. Ahora estoy leyendo un libro
asombroso: Ghostwriting, la primera novela que publicó, hace años, David
Mitchell. Es hermosa. Y la prosa es admirable. Si lo hubiera leído hace unos
diez años, cuando apareció, me habría resultado fascinante y habría aprendido
mucho de él y de sus personajes y de las muchas y muy diferentes vidas que
llevan. Pero ya no. Eso se terminó. Esa manera de leer no funciona. Hubo un
tiempo en que las Grandes Novelas Americanas eran parte inseparable de la cultura
americana porque ofrecían, además de una historia, información que no se podía
obtener en ninguna otra parte. Menos
que cero es un buen ejemplo
de ello: leyéndola la gente se enteró de cosas y de ambientes y de costumbres
que desconocía. Ya no. La novela ha dejado de funcionar en ese sentido, y tiene
que ver con la caída del imperio de la novela. Lo que no quita que sea
conmovedor el hecho de que Time ponga a Franzen en su portada como
forma de asegurar y certificar la supervivencia de la especie. Buena idea.
Bonito gesto. Me encanta. Pero… Escuche, no puedes mirar a otro lado para no
ver. Los seres humanos evolucionamos, las cosas cambian y ciertas tecnologías
se vuelven obsoletas.
De ahí que llore con «Toy Story 3»…
Lloré
todo el tiempo; no sólo al final. Es una obra maestra y, con mucho, la mejor
película que he visto ese año. Tomen nota: «El príncipe oscuro» llora viendo Toy Story 3.
Pero no llora cuando muere Salinger, con quien
se lo comparó al salir «Menos que cero». Fue muy comentado su mensaje en
Twitter: «¡Yeah! Gracias a Dios que por fin se murió. Llevo esperando este
jodido día desde siempre. ¡¡¡Party Tonight!!!»
Así
es el Mondo Twitter: algo
que asquea y fascina. Hay que escribir dentro de ese registro. En cuanto a lo
de Salinger… Ese viejo gruñón que siempre nos odió a todos… Claro que me puso
triste; pero fue mi manera de oponerme a la avalancha de necrológicas
sentimentales que, sabía, caerían sobre nosotros. A mí me gusta Salinger y ese twit en realidad no era exactamente
sobre Salinger. No voy a explayarme sobre el asunto. Sólo diré que sirvió para
volver a experimentar la percepción que la gente tiene de mí: la mitad de los
que lo leyeron querían matarme, la otra mitad pensó que era el twit más gracioso que jamás habían
leído. Otra vez, lo de siempre: se me ama o se me odia.
Comenzamos hablando de la juventud y del
envejecer y ahora terminamos con la muerte. ¿Alguna idea de cómo serán los
«twits» que comenten la futura muerte de Ellis?
Que digan lo que quieran… Pero no me lloren. Y por qué no: se
murió Ellis. Por fin. Party Tonight!!!
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