Alguien debió
desinteresar el carácter de una casa sin vida y estática, y concebirle dudas a
Aguirre para que considere su hogar como un buen hábitat para alguna plaga de
ciudad. A todo esto, cuando oyó luego de que su pregunta fuese contestada, con
la más sincera de las voces aireadas por pulmones consumidos en alquitrán, lo
dejó pensativo al sentir al exterminador tratar de entrar de un empujón por la
puerta, se detuvo sin pestañear en la puerta, expectante a que todo eso fuese
un sueño. Pero siempre la tiende a dejar bajo llave. Ya le había pasado de
despertar en altas horas de la madrugada y ver, entre la oscuridad de la
habitación y el amarilleo de las luces de la ciudad, unas figuras plasmadas con
sus sombras a través de la opaca luz de un faro durmiente, caminando cautelosos
sobre el piso del cuarto. Cuando ellos, al ver a Aguirre despierto y
tranquilo, todavía sumido en algún sueño maravilloso, simplemente se retiraban
sin ningún grito, ni caos, cerraban la puerta delicadamente y ese sonido lo
volvía a la almohada como un eco espectral. Pero está vez ya está despierto y
parado al frente de la puerta.
-¿Exterminador? Yo no llamé a ningún exterminador. Se habrá equivocado –dijo
nervioso Aguirre.
-Tengo el recibo para una cita, en esta mañana, precisamente a esta hora, en el
14 “A” de la calle Luján 2043. La computadora nunca falla en estas citaciones
–le dijo el exterminador, su voz se fue apagando al chocar con la puerta.
-No he visto ninguna artimaña en esta casa. Y siempre estoy viendo mi
habitación con detenimiento, a veces tengo largos periodos de letargo. Usted
debe saber cómo es esto.
-¿Esto no es una oficina?
Hace años un renombrado abogado trabajaba acá. “O la gente se ha cansado de
echarle la culpa a los demás de su propia desdicha, o ya han pasado varios años
que ningún profesional ejerce en este edificio tomado por fantasmas”, le dijo
Aguirre con ironía al exterminador, éste sigue del otro lado de la puerta.
-Tengo una citación del gobierno, no puedo no hacer mi trabajo –nuevamente, con
ímpetu de entrar, dijo el exterminador.
-No se lo estoy prohibiendo, solo le digo que acá no hay ninguna plaga.
-De igual modo, tengo que verificar para asegurarme y fichar en mi libreta de
la inspección, luego podré irme, sin antes también precisar su firma para
corroborar mi asistencia al lugar.
Aguirre se resignó a la idea que no se iría al menos que lo dejara entrar y
terminar con todo esto. Se ha enterado, hasta quizá visto sin la intención de
verlo, el trabajo de los empleados del gobierno, y su modo de intervenir con la
mayor plenitud ética de su enfermedad. Son sanguinarios y si pueden robarte lo
harán sin titubeos. Le han contado incluso como hacen maniobras: “se necesita
fumigar, tendrán que irse por, al menos, cinco días”, o cosas por el estilo. Y
ahí es cuando se roban hasta las medias del traje que costosamente uno compró
para ir a alguna entrevista de trabajo. Aquel traje y medias recompensan los
ojos dilatados y las ojeras que caen como bolsas negras de basura.
-Quiero ver su identificación –esperó Aguirre con el ojo en la rendija cromada
que transparenta el otro lado de la puerta.
-Vamos, no tengo tiempo que perder, sólo vine a ser mi trabajo –Aguirre lo
escuchó, pero no dijo nada.
-Lo dejé en la camioneta… ahora la traigo…
Resignado, dio medio vuelta y dio el primer paso.
-Espere, está bien…
Aguirre giró la llave, y abrió la puerta. El hombre agarró sus instrumentaría
de trabajo cuando Aguirre hizo girar la llave, es una caja metálica y
polvorienta. Un poco de sol que entra del pasillo relame diminutos puntos
luminosos que levita entre la luz y la oscuridad del edificio.
-Gracias.
-Pase.
Entró y se paró en el pie de la puerta, primero miró el techo, luego el piso y
las paredes detenidamente. Aguirre, segundos antes de abrir completamente la
puerta, vio al exterminador mirar con indignación la porción que encierra la
pared y la puerta abriéndose, vio entonces cantidades de mosquitos aplastados
en la pared, manchitas rojas que simulaban un cielo cromado de estrellas
volátiles. El exterminador, ya adentro completamente, seguía mirando la pared
horizontal a la puerta, también hay huellas de unas manos, seguramente dedos
del mismo Aguirre cuando solía caerse desmayado por el calor, caminaba unos
pasos viendo estruendos amarillos en el panorama, no podía sostenerse, y ahí
las huellas perdidas en la pared intentando sostenerse incluso de su propia
sombra.
-¿Vive sólo? –preguntó entonces el exterminador volviendo su mirada hacia
delante.
-¿Tiene que ver algo con el trabajo de fumigación?
-Puede ser, pero en este caso es inverosímil.
-¿Por dónde quiere empezar? –Aguirre apuró la situación. Ya no soportaba la
presencia de alguien y de hablar de cosas efímeras, efímeras para él.
-Por la cocina –acotó el exterminador.
-Por acá.
El consumo de cosas no es una obsesión para Aguirre, tiene lo necesario para
vivir en la ciudad, hay más palabras que metales, más amor en esas cartas
que el odio que se dispersa por el pavimento. Al pasar por el patio, el
exterminador mira sus pisadas en las lágrimas de concreto.
-¿No barre?
-Todos los días, pero hoy se me olvidó, me he despertado hace no mucho –Aguirre
presumió de su miserias, refregándose los ojos–. ¿Si hubiera algún extraño
animal no se notaría en las cenizas?
-Barré todos los días… ¿No ha notado nada raro?
-Creo que no.
-Lo supuse.
-¿Qué cosa?
-No estaba mirando con detenimiento su casa… mire, un pedazo de pan, ¿ve las
marcas de los dientes?
-Eso puede ser cualquier cosa, se me pudo haber caído a mí, en alguna cena y lo
pasé por alto.
-Puede ser cualquier cosa.
-¿Se está burlando de mí?
-Es una posibilidad señor, pero no lo quiero asustar pero por estas zonas se
están denunciando una plaga de roedores bastantes grandes.
-¿Cómo?
-A la vuelta de acá encontramos a una de esas cosas, justo esa casa termina en
el lado próximo a su balcón, son muy hábiles trepando paredes.
-Le vuelvo a decir, no he visto ni oído nada raro más que mis pensamientos.
-No se resigne en todo lo que puede ver en la luz.
Aguirre no entendió con precisión lo que trató de decir el hombre, al menos pensó
en que sería estúpido hablarlo con él, ya no ve en los días, es ver siempre,
cerrados, abiertos ya. No hay más que obsoletas situaciones en la luz, es lo
que tanto nos dijeron y lo que nos dieron, nos dieron a elegir y nos llenaron
de cosas, cosas que ni siquiera pedimos. En la oscuridad es donde todo se ve
con nitidez y con cierto misterio hacia las cosas. Ciertamente uno está más
apegado a lo que siente y no de lo que piensa, o eso cree Aguirre.
-Las alcantarillas, ¿dónde están?
-Hay una debajo de la pileta y otra debajo de la escalera.
Aguirre, encorvándose, le mostró con un dedo la dirección de las bocas, el
exterminador con gracia se acercó y se agachó, parece acercar la cara, la nariz
mejor dicho. Sacó las pequeñas rejas de chapa y con una linterna, que agarró
del bolsillo de su camisa, alumbró la profundidad de las cuencas pestilentes.
Acercó la nariz aun más, pareció oler algo que le recordaba a ese animal, lo
cual hizo un gesto raro con su cara.
-Ese olor.
-¿Qué olor?
-Es la época de cuando se celan, y emanan ese olor seco e incluso dulce con la
orina.
-No es muy preciso en lo que dice, ni siquiera me dijo que especie es.
-Aun no puedo decirle nada al respecto.
-Viene acá, sin ninguna llamada mía, se burla de mi forma de vida y no me da
ninguna seguridad si hay algo dentro de mi casa, lo cual lo dudo mucho… ¿Qué
quiere de mí?
-No quiero estorbar en su vida, pero estos signos son los primordiales para
saber que ese animal está acá… y sus actos son síntomas que me dan a entender
que puedo hacerle creer de lo que realmente existe acá
-Eso es lo que importa, pero nada prueba que pueda respaldar lo que dice.
El hombre se enderezó y se acercó a Aguirre, su traje azul lleno de suciedad,
con sus lentes claros, y su cara oxidada, su piel rasgada por el tiempo, parece
agrandarse con la sombra, lo miró serio, la mirada sin expresión.
-Yo no juego con estas cosas, yo hago mi trabajo lo más profesionalmente
posible y con el sentido común de una vida en la pestilente urbanización. Y
estoy en lo correcto en la afirmación que por acá pasó uno de esos animales.
-¿Pasó?
-Sólo entran a las casas en busca de comida, luego vuelven a sus nidos en las
callejuelas bajas de la ciudad, nunca se quedan días enteros, por eso le digo
que no importa cuánto tiempo pase mirando la habitación, son animales rápidos e
inteligentes.
-¿Usted dice que debo de tener un gato para estos casos? Son de mi agrado, pero
a veces siento que me dejan sólo y desespero inútilmente.
-Un gato no podrá hacer nada contra ellos.
-¿Son más inteligentes y capaces que los gatos?
-Están más adaptados a escapar y escabullirse, no son de enfrentarse con otros
animales, por eso han desarrollado con eficacia sus modos de huidas en
situaciones que sienten que son arrinconados.
-Me sorprende que me diga todo esto, y yo aun sin cuidado, tampoco entiendo la
razón de su existencia en mi casa, aun así, nunca vi unos de esos animales en
los rutinarios y estáticos días. Nada me ha falta porque, claro está, que acá
no hay mucho para hacer, sólo ese pan en el suelo y su nariz que huele un olor
que sale de la alcantarilla.
-Usted debe entender, y esto es otra forma de envolverse que tienen estos
animales: ni siquiera, cuando pasan por las casas, en ciertas oportunidades,
paran a comer o para esconder cosas, igual veo que incluso usted se esconde las
cosas para no verlas por días enteros –el exterminador echó una mirada a los
cuadernos personales de Aguirre tirados atrás de un mueble que yace en unas de
las paredes de la habitación principal–. Como decía, estos animales tienden
también a vivir en las casas, y encontrar a uno en cualquier noche le dirán que
no le hará nada, sólo buscan la comodidad del silencio para reflexionar sobre
la vida de su propio portador. Han sido como espejos para otros damnificados.
-Esto es inaudito. Ahora resulta que estos roedores son seres pensantes
–Aguirre se agitó pero no para levantar la voz, sino que fue un grito de
disgusto al ver algo en la oscuridad que no logró percibir con totalidad. Se
sintió desmayarse, pero un aire claro lo renovó nuevamente, cuando vio al
exterminador dirigir su indignación al techo de la cocina.
-Veo que tiene el techo rebajado… ¿Humedad?
-La cocina y una de las habitaciones. Más arriba está el techo de yeso, pero
si, está carcomido por la humedad.
-Por esos huecos pudieron haber entrado… mire, ¿ve allá? Esa madera sobresale
de todas las demás, pudo haber bajado por ahí y luego colocar de nuevo la
porción de madera recta del techo, nadie sospecharía nada. Y el pan también
debió de ser un truco de él. Para confundirme y, naturalmente, a usted también.
Hace unos minutos creyó Aguirre que simplemente estaba sólo en la habitación, y
que todo este tiempo su pensamiento fue malgastado hasta estrellarse contra las
paredes y rebotar y llegar nuevamente a él, pero en esta ocasión, golpearon tan
fuerte que se resignó a pensar. Muchas veces pensó de lo que puede llegar a
ser, de igual muy dentro de él se dice: el futuro no conduce a nada, no hay
camino en su tiempo, y pienso en lo que haré cuando esté aún más sólo,
abandonado nuevamente en la vera del camino del único tiempo que pasa
indiferente a la brisa del viento, que hace que respire y que salga del bloque
que me encierra majestuosamente en mí, me gusta la inclinación de un árbol cuyo
ruido no oigo, es una señal de que más arriba el viento no desespera.
-Me ha dejado sin habla, quizá…
-Mire, hay rastro de orina debajo de la mesa… ¿ve ahí? ¿Ese líquido amarillo
oscuro?
-Se confunde con el color del piso… entonces… si hay un animal dentro de mi
casa.
-No se preocupe, tengo los instrumentos adecuados para matarlo.
-¿Lo va a matar?
-Eso lo que hacemos.
-Claro.
Y el exterminador se dirigió hacia sus instrumentos y sacó una vara, de
un metro, con un gancho en una de las puntas.
-¿Qué va a hacer con eso?
-Siempre, los hombres, buscan en todos lados menos debajo de su propia cama. En
el mismo lugar de su lecho. Lo cual es tan simple como despertar en las mañanas
y caer del susto con la vista dibujada en la oscuridad.
Hay qué saber el lugar donde desaparecemos conscientemente en las noches, al no
llegar a pensarlo, quizá, pueda uno despertarse otra vez en alguna pesadilla, o
en su defecto, no dormir. ¿Dónde está el lecho de su sueño?
En un momento, Aguirre se opuso a su petición, no dijo nada, el exterminador lo
miró ausente, esperando algo que lo guiara a su destino. Entonces Aguirre se
encaminó hacia su cuarto, el hombre lo siguió en silencio. Prendió la luz, una
neblina azul apareció un momento con la reacción continua de la electricidad,
luego se quemó en las miradas. Las paredes blancas, una mesa con una máquina de
escribir, papales arrugados condecoran la superficie de la mesa. La cama
desordenada, y para finalizar las reliquias dolorosas, una maseta con un
pequeño malvón de flores rojas claras. El exterminador sonrió con desdén, se
agachó al costado de la cama, y penetró la vara en la oscuridad de la
profundidad y agitó la mano, luego empezó a gruñir, pasaron varios segundos, y
fue disminuyendo la velocidad hasta detenerse por completo, dejó caer su mano
sobre el suelo, también la vara cayó, y suspiró.
-Al parecer no hay nada… o ya ha hablado con usted… no, no hay nada.
Simplemente dijo confuso y titilante, y se paró, se alejó hasta la puerta de
entrada donde están sus pertenencias, guardó la vara, alzó sus instrumentos
sobre sus hombros. Aguirre pensó, sin pensar, sobre lo último que dijo el
exterminador. ¿Hablar con quién? Pero no dijo nada al respecto ya que se sintió
más aliviado que el exterminador estaba a punto de retirarse. Pero…
¿Eso es todo? Con ese magistral discurso de un ser consciente de sus actos y
fallas ¿sólo es posible encontrarlo, ahora, debajo de la cama? Aguirre estuvo
durmiendo hasta cuando escuchó el primer golpe en la puerta del mismo
exterminador. Si existiera ¿dónde se habría metido cuando Aguirre flaqueó sus
defensas despierto? ¿Habrá plantado todas las pruebas cuando Aguirre resistió
en la puerta con el exterminador al llegar éste? ¿Concluyó, fielmente, a darle
a entender al propio exterminador, con todas sus pruebas, qué su presencia era
lo que realmente no existía más que una aproximación a su figura actual. La
cual podría estar debajo de la suela del propio pie de Aguirre, ahora
expectante, esperando que el exterminador se retirara de su zona segura?
-Tiene que firmar aquí.
Aguirre se acercó, inventó alguna firma extraña, y le devolvió la lapicera.
-Le llegará el recibo del acta que dicta mi trabajo en el domicilio.
-Está bien.
-Disculpe las molestias.
-Por favor.
-Hasta luego.
-Adiós.
Cerró la puerta. Se recostó contra la pared, agitado de todo lo que había
pasado y de lo qué ha dicho el exterminador, sintió desmayarse nuevamente,
entonces todo le cerró por completo, y la puerta del baño rechinó y unos dedos
huesudos aparecieron en el blanco de la puerta, luego una nariz en forma de
monte, y sus ojos oscuros, grandes parpados que caen hasta sus pómulos, se
sostiene de sus dos patas traseras, su andar es hipnótico, su lengua es gris y
no posee dientes fuertes, su voz es estridente, tal como los zafiros de los
candelabros que cuelgan en la ráfaga de fuego que incinera la fricción de los
autos mutilándose, y también apoyado en la pared, del susto, aquel ser abrió
los labios:
-Tienes suerte que el exterminador no sepa que eres diferente a todos, y que
nunca duermes, sólo sueñas, sin dormir, y que ese sentimiento te empuja hasta
la profundidad de tu cama, que de algún modo te tira de ella sin despegarte de
las sabanas que atrapan tus sueños. Escondido luego en alguna pesadilla,
vuelves a ver por la ventana que ahora se despega de la pared hasta caerse en
un paisaje tenue, una primavera oxidada es lo que se ve, y un sol que dentro de
tus ojos no refleja el despertar de tus días.
Aquella alimaña rió, estuvo buen rato
mostrando sus dientes hasta que Aguirre también rompió en risa, en parte
ingenua y en parte estremeciéndose.
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