domingo, 29 de enero de 2017

Nos gustaba Varsovia, por Joaquín Rodriguez







Aquella tarde mirábamos caer la lluvia por la ventana. Había en ella un dulce magnetismo que nos encandilaba a los dos por igual. No hacía falta nada más para sentirnos cercanos y, lo mejor de todo, era que el silencio nunca fue incómodo entre nosotros. Yo apreciaba mucho este detalle; siempre sentí que con palabras hasta el más burdo de los idiotas logra hacerse entender, en cambio, jugar con los silencios es un arte. Escucharlos en la música, leerlos entre líneas y ver lo invisible pero evidente no es una tarea sencilla.

Podíamos permanecer callados por horas y sentirnos en paz, sin la necesidad de recurrir a imposiciones lingüísticas o recurrencias retóricas vanas. Sentados, fumando en la oscuridad, bajo una capa densa de humo que vagaba por la habitación como un fantasma diezmado.

Así que allí estábamos, con la mirada serena sobre las copas de los árboles, mientras las gotas acariciaban las aceras. De fondo sonaba aquel viejo disco de Otis Redding que encontraste hurgando en la casa de tu tío el último verano.

- Así se debe ver Varsovia-, te comenté observando hacia la calle.

Fue un atentado a la parsimonia, pero a veces caigo ante el impulso fácil y abro la boca de más. Recordé fotos e imágenes de Europa del Este y sus contrastes grises. Los bloques de edificios, los monumentos imperiales y las ropas tan abrigadas como monótonas. Vos lanzaste una bocanada al aire con una elegancia perturbadora y sonreíste ante mi estupidez. Yo me sentí afortunado.
Terminamos el café y te acercaste a los cristales bañados por el aguacero. Tu pelo negro se fundió con el paisaje y creí ver un rayo de sol filtrándose a través de él. En el cielo, una pequeña ave surcaba la tormenta con una seguridad majestuosa.

La música terminó y nos marchamos a la cama. Dormimos abrazados y en la quietud más absoluta sellamos nuestra conspiración. Por la mañana partiste rumbo al aeropuerto con un abrigo ocre y tu cartera marrón. Antes de cerrar la puerta, prometiste escribirme.

El muchacho de las cartas no ha pasado por aquí desde hace algún tiempo y la lluvia prosigue su curso infructuoso. Te imagino en Madrid, recorriendo la gran vía o perdida en el subterráneo, con tu mirada encendida iluminando los confines de la eterna danza rutinaria. Aquí, los diarios hablan de inundaciones y otras tragedias. Cada quien batalla con sus propios demonios.

Enciendo un cigarro; es el cuarto. Miro por la ventana y el cielo truena. Varsovia debe ser un lugar aburrido.