Alguna vez Eric Clapton dijo que su amor por el blues surgió como
consecuencia del comportamiento errático y solitario que practicó durante la
adolescencia. "Entendí que se trataba de la historia de un hombre y su
guitarra contra el mundo. Eso fue lo que me atrajo". Su
vacío encontró refugio en el género maldito instaurado por Robert Johnson que
sumó acólitos a lo largo de las rutas polvorientas de los EE.UU primero, y
alrededor del mundo luego. Uno de los vástagos musicales de Johnson fue
Lightnin Hopkins, un muchacho texano que hizo del Mississippi blues un culto.
Su álbum “Texas Blues Man” editado en 1967 es fiel exponente del pulso
musical que atravesaba a las poblaciones negras a mediados del siglo XX. Fue
grabado en apenas un día con un equipo portátil en una suerte de imagen vívida
sobre la rusticidad que acompañaba al género en la época. Le basta al artista
su guitarra y una voz venérea para crear una placa en la que demuestra que,
además de vivir en carne propia las penurias de la población trabajadora
estadounidense, es un guitarrista dueño de un swing abrumador al que poco le
importa la prolijidad de su ejecución.
A Hopkins le basta con un puñado de tópicos cotidianos pero no menos
pintorescos para dotar de ritmo a su prosa de boogie. Nunca faltan las mujeres
que parten dejando solo y lastimado al blusero, los campos de trigo por la mañana
y el whisky barato en las letras que conforman las diez canciones del disco. En
la portada, su rostro regala una sonrisa luminosa entre la que se cuela un
cigarro con boquilla. Detrás, un niño sonríe frente a una típica carnicería
local que quedará retratada para la posteridad.
Boogies como Watch my fingers dan dinámica al álbum y contrastan con
aquella de armonías más densas como Tom Moore Blues, la genial apertura que
obliga a prestar atención a los dedos juguetones de Hopkins que parecen
fundirse en una relación sincera con las seis cuerdas. Su entusiasmo
guitarrístico se convirtió en uno de los tesoros del buscador; es decir, no hay
demasiado material de Lightning disponible, pero quien busca encuentra y no es
un hallazgo menor el dar con un blusero de ley, dueño de una impronta
fantástica, tan única y corriente al mismo tiempo, que se la podría encontrar en
cualquier porche de Kansas en las horas de la tarde, cuando el sol comienza a
caer y el trabajo queda para el próximo día.