1969. El sol comienza a posarse sobre los tinglados de la Londres fabril. La capital del reino toma pulso lentamente mientras lores y comunes llegan al Parlamento. En una zona suburbana, una pared amanece corrompida por el paso de las tribus urbanas constituidas por jóvenes hijos de una guerra ajena que bailan al ritmo del blues. La proclama reza “Clapton is God”. Al calor de la historia y en vistas de lo sucedido, es innegable el carácter premonitorio de aquel tatuaje vandálico que endiosaba al por entonces adolescente Eric Clapton.
Pasó casi medio siglo desde gesto callejero y, a sus 71 años, nuestra deidad corrupta muestra su faceta más humana batiéndose a duelo con la cólera. Sin embargo, Eric aún dibuja al óleo con su pincel de emociones; y eso es “I Still Do”, su más reciente y tal vez último álbum. Un disco completo y exquisito, dotado de doce canciones en la sintonía que siempre caracterizó a Slowhand. Bluses clásicos de una belleza singular, cálidos climas de otoño por la tarde y la sentida sensación del tacto con la madera ante cada caricia que el guitarrista propina. El éxtasis es “Spiral”, la cuarta canción del álbum; una emotiva oda fraseada, sutil con la guitarra y aullando con la voz: un tono desgarrador pero no menos erótico, en el que parece confesarnos que aún puede hacer lo que ama.
La placa es una verdadera invitación a sumergirse en un paseo por las experiencias del autor; una oda a la madurez de un músico que se enfrentó mano a mano con las adicciones, la tragedia, el desamor y que, actualmente lo hace con la enfermedad. Una vida dura y apesadumbrada pero que parece encontrar recompensa en los lugares más elevados de la perfección musical. Quizás solo así se aprende el blues…
No hay comentarios:
Publicar un comentario