En 1989 el mundo se encaminaba hacia una reconfiguración brutal. La caída del bipolarismo y la creciente epidemia de HIV eran dos de los factores que marcaban el pulso de los días. Para entonces, algunos de sus escribas vaticinaban “el fin de la historia”; otros, en cambio, salían a la caza de leyendas de suburbio y miserias clandestinas. Ese fue el caso de Lou Reed, que ese año lanzó “New York”, un álbum signado por el regreso del poeta a la musa corrupta, su querida urbe predilecta.
La placa fue bien recibida por la crítica y los fans, quienes la calificaron como un regreso encubierto de “The Velvet Underground” debido a su sonido crudo, similar al del mítico grupo, pero ahora aggiornado a los nuevos tiempos. A lo largo de los 14 temas, se destacan canciones cortas, guitarras distorsionadas y la aterciopelada voz del trovador, que se pasea entre susurros y narraciones de historias sucias propias de una metrópoli como Nueva York. La heroína, los barrios bajos y los amores tortuosos son algunas de las temáticas que Reed aborda con la misma prosa que lo ha caracterizado a lo largo de su carrera. Como dato de color, basta contar que el disco comienza con “Romeo had Juliette”, una adaptación de la historia de Shakespeare llevada a los suburbios de Manhattan, lejos del glamour renacentista y cerca de las pipas de crack y la muerte.
En síntesis, se trata de uno de los mejores momentos del músico, quien por entonces se definía a si mismo como el “animal más genuino del rock and roll”. Una labor discográfica que no debe faltar en las bateas de los amantes del cuero y una de las últimas travesuras de aquel hombre que una mañana del 2013 se despidió dejando al mundo como un lugar más frío e inhóspito…
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