lunes, 11 de julio de 2016

Steppenwolf (1968): blues, lisergia y distorsión, por Joaquin Rodriguez

La álgida década de los sesenta no fue una más en la vida de los EE.UU.. La Guerra de Vietnam, el devenir del movimiento hippie y las luchas por las reivindicaciones de las minorías fueron algunos de los factores que acrecentaron el torbellino social en el país. De ese caldo de cultivo en ebullición y desde uno de sus bastiones más resistentes (California) surgió Steppenwolf, un quinteto con marcadas influencias del rythm and blues que inyectó una cuota de adrenalina a su obra a través de la inclusión de una distorsión y agresividad poco usuales para el momento.

En 1968 el grupo dio a conocer su primer álbum, titulado de manera homónima a la banda. La placa está conformada por once canciones en las que se hallan marcados paralelismos con The Doors o The Zombies en cuanto a sus tintes psicodélicos, pero con una búsqueda más visceral, al estilo de la que pretendían los Rolling Stones o The Who del otro lado del charco.

Quizás sea “swing” el término que resume con precisión el viaje que propone la banda. Es destacable la labor del vocalista John Kay, quien obsequia destellos magistrales a través de su aguardentosa voz; una impronta difícil de roer. Entre los 50 minutos musicales, se destacan “Sookie Sookie”, “Hoochie Koochie Man”, cover del clásico de Muddie Waters, “The Pusher”  y, por supuesto, el tema que los catapultó a la fama: “Born to be wild”, parte de la banda sonora de la película “Easy Rider” e himno contracultural de las almas que solo bregan por vagar un poco más entre las polvorientas rutas del mundo.


Con este trabajo discográfico, Steppenwolf se hizo un lugar en la creciente escena californiana y brindó una cuota invaluable al asentamiento del género. Sin embargo, más importante aún fue su aporte a la filosofía rockera: se nace para ser salvaje. 



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