Visiones de Antonio es un comic
genuino, potente, a todo trapo. A lo largo de sus páginas se despliegan, por un
lado, las aventuras de Almeja y Antonio (un vagabundo y un chico extraño al que
le brotan preguntas extrañas) y por otro lado, la vida en las ciudades, una
crónica o retrato crudo de los días en una capital del mundo.
Visiones (Palabras Amarillas, 2015) es
un libro río o libro puente porque sus personajes desfilan por su interior como
si se tratara de una obra de teatro o una película de cine mudo. Tan solo
aparecen o desaparecen, o quedan parpadeando, suspendidos en la memoria del
lector, que se queda como detrás de la barrera esperando el tren que pasa. Esos
son los momentos en los que Nacho hace magia. Nos hipnotiza en un viaje sin
pretensiones, lleno de fantasía y con un ojo abierto en el sueño de tinta que
se despliega sobre lo real.
Un baúl lleno de gente. Varias
personas habitan en el interior de Nacho, quien parece trabajar sobre el tedio
en la ciudad haciendo un tejido fino de sus visiones. Algunos parecen bocetos o
dibujos simples. Otros, grandes explosiones, rompecabezas complejos, obsesivos,
frescos de una city o de un sueño demasiado vívido. Otros: caricaturas o
retratos punks, crudos, de situaciones domésticas que se estiran hasta perder
su contorno aparente.
Entre el tango y el rock, los
personajes parecen vibrar en esas latitudes musicales. Es un comic urbano, sin
dudas, pero en el que sus personajes principales (Antonio y Almeja) se vuelcan
al margen de la ciudad para captar las señales o abismar sus vidas en busca de
libertad. Hay un corazón puro que dibuja, y un ojo de rapiña que registra voces,
luces, estados de ánimo y lo imperceptible de las personas en público que
parece estar siempre bajo mil llaves. Nacho levanta la tapa y nos enseña eso
que la escuela nunca nos enseñó: no existe una escuela que enseñe a vivir.
Lo que se dibuja son estados de ánimo
de una ciudad insomne. Pasan por las páginas del libro: el oficinista, el anónimo
depravado, el jugador o el que vive para agradar a los demás. Todos giran en
una ruleta rusa macabra. Sin embargo, hay algo que redime a sus personajes, una
ternura o una gracia que fluye liviana, ligera como el gato que camina por los
techos sin pedir nada a cambio, solo por placer.
Nacho deja al lector de Visiones en un estado de pregunta, le regala
una dosis de incertidumbre, un desasosiego. Como el de la persona que despierta
a la madrugada y encuentra que la habitación tiene un aspecto levemente
diferente.
“La tristeza es uno de nuestros
derechos. ¿Por qué nos gustan Romeo y Julieta?”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario