miércoles, 31 de agosto de 2016

El insomnio no tiene cura, por Anahí Herrera




Como todos los viernes, esa vuelta llegué a lo de G. con la cabeza afinada. La vecina me había sermoneado después de presenciar cómo F. rociaba con orín los malvones recién plantados que emperifollaban la galería de entrada. La sensibilidad de la vecina hacia los malvones, la falta de decoro de F. (a quien aquejaba la urgencia) y la cadencia del sol de media tarde me habían despertado las ganas de estar con G. A las doce menos cuarto arribaba a su casa.

El monoambiente en el que vivía no era más grande que un cuarto de hotel, baño propio y entrepiso. G. adoraba el entrepiso. Sobre la bobina que hacía de mesa descansaba una botella color caramelo. Grande, como de litro o algo así. Erguida como una esfinge metálica relucía, solitaria como una estatuilla de altar. El guiño de G. me anticipó lo que vendría. Gamma-hidroxibutirato, me dijo. ¿Qué cosa?, respondí. GHB, y continuó absorto en su lectura, sin poder mirar hacia el costado, como un caballo con anteojeras. Le lancé un gesto de desaprobación, pero G. no me veía. Así que me limité a inspeccionar el envase sin etiqueta: un líquido incoloro yacía dentro, inodoro, como agua o vodka. En un rato pasa Chummy, esclareció. Chummy nunca me cayó del todo bien.

El timbre silbó al momento que G. se disponía a comenzar con el ritual. Ahí está Chummy, dijo, y tomó un pequeño embudo de un estante. Trasvasó una pequeña cantidad de elixir líquido en un frasquito y bajó las escaleras. Todos sabíamos que el tormento de Chummy era el insomnio. Cada temporada de vida lo encontraba saboreando una nueva cura, un nuevo activo de la farmafia que G. se encargaba de proveer. Tiempo después habría de conocer la “casi muerte” de Chummy con el sedante. En un atraco de desesperación, el GHB le había pateado la parte de atrás de la cabeza. Tres veces la dosis de su cuerpo, cinco horas de coma narcótico. No hay cura para el insomnio.

Un parpadeo y G. ya se encontraba de vuelta y había reanudado el ritual. Recuerdo con detalle la precisión de sus movimientos: el líquido fluyendo a través de la cánula de un gotero gigante y las gotas introduciéndose una a una en un vaso con agua. Unas diez gotas y el brebaje estaba listo. De una, dijo G., y así lo hice. Un sabor salado se apoderó de mi lengua, luego un instante de amargura, por último el elixir alcanzó el estómago. Salimos a caminar. Al cuarto de hora se activó la shakti. Un calor suave subió desde el bajo vientre y se alojó en la garganta. Las risas brotaron a borbotones mientras andábamos la ciudad a pie, entonados, como si hubiésemos degustado unos buenos litros de tinto. En una plazoleta nos sentamos a conversar e intercambiar cigarros. No lo mezclamos con nada. A las horas retornábamos al hogar, el fuego empezaba a menguar y el sueño comenzaba a sentirse.


El calor del entrepiso activó el mareo. Aún sonrientes, nos invadió el cansancio, resabios de un bueno pedo amigo. Como la resaca parecía inminente optamos por lo sano y nos tendimos en la cama, de costado y cerramos los ojos. Memorias palpables: el líquido chorreando una y otra vez por el gotero, la precisión de los dedos de G., la exactitud de la receta, la pizca adecuada. 




viernes, 26 de agosto de 2016

Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (David Bowie, 1972): maquillaje, ópera y rock and roll, por Joaquín Rodriguez




El año 1972 marcó el quiebre definitivo en la carrera del multifacético David Bowie, un artista que se desenvolvía en varias disciplinas como el teatro y la pintura pero que no lograba hacer pie en la escena del rock and roll.

Con cuatro álbumes de estudio editados, David decidió ir a por más y jugar su suerte en el mundo de la música con un quinto disco: The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, una placa que narraba las aventuras de Ziggy, un extraterrestre andrógino devenido en estrella de rock con la curiosa misión de salvar la tierra de la destrucción total. Claro que las cosas no se pondrán fáciles para Stardust ya que, en una suerte de parodia al autor, su objetivo se verá boicoteado por las drogas y el alcohol conforme transita el camino a la fama.

El disco está compuesto por once canciones que suman un total de 38 minutos entre los que abunda un hard rock sutil fundido con tintes operísticos y una atmósfera entre lúdica y entusiasta con picos de calidad. Cabe destacar la figura de Mick Ronson, un guitarrista venéreo que se convertirá en el as bajo la manga de Bowie para cerrar un trabajo que marcó época. La apertura del álbum llega de la mano de “Five Years”, una oda con un crescendo arrollador en la que el protagonista advierte a los terrícolas que apenas quedan cinco años para su fin; primero de manera apaciguada y, finalmente, con dramáticos y caóticos gritos.

Ziggy Stardust es un disco intrépido donde Bowie se anima a diversos géneros en tiempo récord y con una estatura formidable. Así como “Soul love” se pasea entre el jazz y el soul, “Hang on to yourself” y “Suffragette City”, son canciones abiertamente punks mientras que los coros de “It ain’t easy” tienen un trasfondo góspel que engrosa y levita la canción. “Starman” y “Ziggy Stadust” son, sin dudas, los dos grandes clásicos que trascendieron la barrera temporal y le valieron al Duque Blanco una masividad que jamás se quitaría de su lado.

La recompensa fue abundante y extraordinaria. Bowie comenzó una era de fama y, tanto él como su disco, se convirtieron en iconos del Glam. Afortunadamente, nada de eso serviría para opacar su eterna búsqueda de la belleza, una característica que ha marcado a fuego la vida y obra de un artista inquieto como pocos, que sembró de bellas historias el suelo terrícola y que una noche de enero se despidió rumbo al cosmos con la satisfacción de haber hecho de la Tierra un lugar más hermoso. 






miércoles, 24 de agosto de 2016

Affaire Prince, por Santiago Armando




Dream if u can a courtyard
An ocean of violets in Bloom
Animals strike curious poses
They feel the heat,
the heat between me and you.

When Doves Cry




Cuando escuché la primera vez Sexy M.F. en la radio en esa época yo no bailaba, vibraba, cerraba los ojos y la fuerza de la música creaba un tráfico exótico de magmas eléctricos y boas biseladas en fin, la danza me vino tarde, pero pude, a los 26 años, bailar y revertir esa energía y empecé a tocar trompeta bien, siempre con Prince, Miles & Trane, pegado a ellos de noche me podía desenvolver laboralmente de día en cataratas. Buenos Aires para mí siempre fue un gusano fofo y mórbido, pero Iguazú será siempre el dragón de fuego de mi delirio y gloria que desbarrancaba como si se le abriera al mundo la panza con una simitarra y saliera magma chorreante como diarrea y meteoritos de mierda yendo a parar al psiquiátrico de una patada policial en el ojete, porque hay algo en los símbolos paganos que lleva el sello de algo así como una llave o jeroglífico que la pureza musical de Prince evoca en sus dos caras de geminiano como yo, que nunca pude cerrar, debemos ser pocos los que acá hayamos comprado sus últimos cuatro discos. Y ayer imaginaba un ano remontando vuelo con dos orejas como alas y me decía que necesito conseguir una trompeta de nuevo.

Creo que Borges dijo algo así como que el designio de la vida de un hombre siempre está fuera de su comprensión por más que se crea que ya lo alcanza, que lo tiene entre manos, y el otro día soñé con escarabajos turquesas vivos que yo desgreñaba de algas o lechugas moradas en la caja de un camión por el amazonas como si ésta selva fueran mis interiores, siempre algo brujo me aparece, innombrable, siempre el toque, el pedito exhausto de mi esquizofrenia casta a fuerza de inyecciones quincenales.

Fui, decía, a buscar el Love Symbol a Musimundo, año 92, que estaba a siete convertibles para poner el sexy mother fucker y me encontré con ese ritmo de pedos justamente, de I Wanna Melt with You, y The Morning Papers, que con el ritmo perfecto de John Blackwell y en el tono y la melodía de brasses como lluvia dorada dice:

“Why is age more than a number,
when it comes to love?
If you ask the ones who speculate,
they don’t know what is made of.
Should we ask the moonlight on your face or the raindrops in your hair,
or should we ask the man who wrote it there in the morning papers.”
ESO en saldos.

Su muerte me golpeó, la parca ya me dio varios sopapos este 2016, porque yo seguía, sigo, escuchándolo y amándolo, nunca lo dejé. Y sí, sí, con sus dramatismos de gato Wagner & Castrati asociados S.R.L. más todo el oro las perlas, los diamantes y la grasada de otro Neverland pero más gato. Después de volcar mal mil veces con minas te sigo bancando ese lado B, gato viejo! ¡Cómo me gusta!¡Son las cinco de la mañana de un martes y estoy acá escuchando tu último disco, Guampa!

Y en Iguazú cuando pasaba delante de los crotos, se decían al verme: carne de gato.

Emancipation, obra maestra indiscutible, con la que íbamos a laburar con los cumpas de cataratas a las siete de la mañana escuchando Sleep Around después de clavar con María toda la noche, toda la noche clavando y acababa a la hora de ponerme la ropa de laburo para salir. Una vez un guía me dijo que por favor me limpiara la sangre de las uñas antes de darle sus tickets, ni tiempo de ducharme, tenía que salir cagando. Sleep Around o el rejunte cuádruple del Crystal ball que trae ese disco acústico fabuloso The Truth; The Vault (Old Friends for Sale), que son descartes maravillosos que el artista le debía a la Warner y Rave un2 the Joy Fantastic, discos que me animaban a entregarle hasta la última gota de energía a la flaca y a tocar y al laburo pero con dolor y vergüenza de verme desfigurado y al filo de la paranoia cósmica, tan desgraciado y la flaca rediviva, deportiva, fresquita, moviendo el culito por todos lados, rogándome que salgamos del cuarto, ir a bailar, a mostrarse, qué pesadilla, yo deforme quería volver a casa a bajarme un par risperdales para dormir, me acuerdo que una vez zafé un rato de ella y llegué a casa y me vi entrando a mi cabaña con piernas de chivo negro y la pija por la rodilla, y al rato aparece y esa noche me montó y vi su aura de tentáculos negros.

Tal cual como dice Chesterton en su San Francisco el reviente del paganismo termina en los mórbidos jardines de Príapo, o algo así. Pero mi vida amorosa y sexual sin Prince hubiera sido de una pobreza insalvable ¡Sin el disco dos de Emancipation, sin The Rainbow Children!

Because a beautiful rainbow gave birth to me.

Sugiero escuchar el solo de guitarra de Batdance.

Las películas, eso: Purple Rain, Under the Cherry Moon (Bajo la luna de cereza); Graffiti Bridge; y Girl 6, peliculón que dirigió Spike Lee que fue la mejor contribución musical de Prince al cine, porque sus propias películas con su música en fin todo eso eran siempre revoques en los pedos grávidos de sus paraísos.

Cuando me enteré que murió yo estaba sentado acá mismo mirando el Timeline y aparece la publicación de Carlos Maslatón, quise llamar a los de Iguazú pero ya no nos hablamos, menos con la flaca, los amigos en Prince eran como los amigotes del curtir, no quedó nadie.
A los dos días aparecieron por You Tube todos los vídeos que tenía estrictamente prohibido publicar, a todos tenía a raya, aparecían vídeos de su última gira a Europa y al mes los mandaba a sacar, ahora se pueden ver, reversionando sus clásicos lados B en Manchester y Amsterdam, hasta apareció un video de la famosa yunta con Miles Davis, maravilloso, tocando Housequake; o ese sólo en While My Guitar Gently Weeps del homenaje a George Harrison. También aparecieron sitios con las grabaciones de la consola de casi todos sus recitales.

En Abril estaba presentando Piano & Microphone por Estados Unidos tranqui, ya había terminado el tour australiano. Iba y venía del teatro a su casa en su Jet y en eso, en la torre del aeroparque de una pequeña ciudad de Illinois piden un aterrizaje de emergencia y ya lo esperaban con la inyección de Narcan en la ambulancia, el antídoto para la sobredosis de opiáceos. Estuvo tres horas en observación y se volvió al avión. Uno o dos días antes, en Atlanta, había avisado en el escenario a la gente “que guarde sus plegarias por unos días”, dijeron que el tipo estaba batallando con la gripe pero enseguida los tabloides dijeron la verdad, que hubo que bajar el avión por sobredosis, y de esa se salvó y ese sábado posterior hizo una fiesta en su casa. Yo me imagino que ya el tipo jugaba con su muerte, que eso le debe haber parecido más atrapante, finalmente, o más fascinante, que seguir con las minas. Seguir su devenir idílico. Artaud dijo en algún libro que la erotomanía es la contracara de la paranoia. Y como que el tipo deshojaba la margarita con el Fentanyl, no le quedaba otra carta que ¡la más pura nube de pedo! Me lo imagino sorbiendo las gotas del frasquito: que no es un analgésico opiáceo para los dolores del doble reemplazo de cadera que sufría, sino un anestésico opiáceo, anestesia para cirugía tomaba, según decían 50 veces más potente que la morfina. Cualquiera que haya sido operado con anestesia total y recuerde algo del sueño no se lo olvida fácilmente, o sí, no sé, cuando me operaron de pólipos nasales la primera vez, en el trance de despertar vi una nave dejarme. Y al tipo lo encuentran en el ascensor, sólo en la casa, muerto, y yo me pongo en sus zapatos de taco alto, que también soy petaco y “un sorbito de Fentanyl y sigo lo más bien, bajo a desayunar, arranco el día...”, cagándose bien en la vida, como un chasco, como un chiste, y va y se muere camino al desayuno. Sin testamento y con cincuenta páginas escritas de autobiografía.

Y yo sigo como puedo, sin él y sin Luis, que soñaban con muertes barrocas; y sin mi hermano cuñado Joaquín, también músico, tanguero de ley, que dejó a mi hermana con una beba de casi tres meses.






lunes, 22 de agosto de 2016

“Zatoichi”, Kitano (2003): el regreso del samurái, por Bruno Dante




“Zatoichi” es un film que pertenece a una saga de veinte películas sobre samuráis. En el film de Kitano se narra la historia de un masajista que aparenta ser ciego para poder “ver” mejor a las personas, y que posee un formidable manejo de la espada. De forma simultánea se narra, también, la historia de dos geishas que esperan en secreto para vengar un asunto del pasado. La historia de “Zatoichi”, su llegada a un pueblo donde clanes someten a los ciudadanos a rigurosos impuestos, y el mito que empieza a labrarse del “samurái ciego”, es lo que conduce el hilo narrativo del film. Uno de los clanes más poderosos del pueblo contrata a un samurái a sueldo para enfrentar a Zatoichi, que se perfila como una amenaza para el orden instaurado. El samurái a sueldo, a su vez, necesita dinero para pagarle a su esposa un tratamiento de salud. Es decir, que en el film de Kitano, todos los personajes están sujetos a una especie de tributo o cuenta que proviene del pasado, o de algún tipo de arraigo terrestre que necesitan pagar con sangre, o con alguna actividad mundana, que los exponga al inmenso péndulo trágico que se mueve sobre sus cabezas. Lo trágico se mezcla con elementos de la picaresca, atributos cómicos que los personajes usan a su favor en la pelea constante por sobrevivir.

El pasado que regresa para vengarse, el arte de la espada, corazones puros que se imponen con honor ante la lujuria de los tiranos, que intentan someter a los demás con el pulso del dinero. Todo eso está en “Zatoichi” de Kitano, un film que posee escenas impecables de combate: rápidas y limpias, con regueros de sangre alucinados que se suspenden en el aire como humo rojo, o pedazos de tela desarreglada.
Quizá, la diferencia entre los corazones puros que se arrojan al campo de batalla, y los que venden su alma al mejor postor, está en que en unos el arte de samurái es redentor, y en otros este se traduce como condena.
En ese sentido, “Zatoichi” establece dos bandos bien diferenciados, y no se preocupa demasiado por complejizar la cuestión, como si Kitano supiera que la diferencia estuvo allí desde siempre, y él solo tuviera que bosquejarla o colorearla levemente al macar la línea divisoria.


Zatoichi es una especie de trickster, que utiliza el engaño como una forma de obtener información sobre el mundo, y sobre todo como una manera de enfrentar a la notable maquinaria de los clanes. En el film, hay un personaje secundario muy pintoresco, una suerte de Don Quijote- samurái, que es un muchacho que corre alrededor de su casa vestido de samurái, convencido de que está en el medio del campo de batalla. En ese sentido, Zatoichi se maneja sobre un plano de idealismo que contrasta con su opuesto, el plano real, pero donde la ética está todo el tiempo puesta a prueba, en un mundo en donde parece que la distancia entre el bien y el mal es cada vez más corta… 




domingo, 21 de agosto de 2016

Li Po, "El sueño de Chuang Cheng"




En sueños, Chuang Cheng se convierte en mariposa
y la mariposa vuelve a ser Chuang Cheng.
Un solo cuerpo toma diversas formas.
Las cosas de aquí abajo son en verdad inciertas.
¡Quién sabe si el agua de Pen-lai no proviene de un
humilde arroyuelo!
El que ahora cultiva melones en Puertas Verdes
era ayer el duque de Tong-ling.
Nobleza y fortuna son así, fugitivas.
¿Hacia qué parte corres y qué es lo que deseas?



viernes, 19 de agosto de 2016

Víctimas del Vacimiento (Hermética, 1994): la resistencia empieza con H, por Joaquín Rodriguez



A mediados de la década de los noventa, Hermética ya era una banda consagrada en la escena heavy local y su caudillo y bajista, Ricardo Iorio, acaparaba la atención de sus seguidores. El  segundo disco de la banda, “Ácido Argentino”, con el himno “Gil trabajador” a la cabeza, había tenido un éxito inesperado y cada vez más hordas se unían a su propuesta musical y estética. Sus letras punzantes y dramáticas se tornaron una radiografía de la segregación social diagramada por las políticas económicas del menemismo, que repartían anestesia en forma de “1 a 1” para las clases medias y palos para los menos pudendos.                  

En 1994, el grupo lanzó su tercer y último álbum, Víctimas del Vaciamiento. Si bien la placa representa un salto cualitativo en cuanto a su sonoridad y a la calidad de las canciones, su línea discursiva es similar a la de sus antecesores. A diferencia de ellos,  "Víctimas" no alcanza una virulencia tan asfixiante, sino que hay más espacio para el factor melódico. “Soy de la esquina” es la primera de las once odas que conforman el álbum. Marcada por la cabalgata de guitarra de Romano, es una pintura barrial que destaca los valores de la calle por sobre los de la tevé. Una idea plasmada en los papeles por la sórdida pluma de Iorio, escriba capaz de realizar reflexiones tan simples como inquisitivas. Esta es una de las fórmulas del éxito de Hermética: la posibilidad de conjugar la rudeza callejera y violenta con una filosofía existencialista inquietante.

“Otro día para ser” es una muestra cabal de la capacidad lírica del grupo y un ataque a la “fuga radioactiva del progreso”, mientras que “Olvídalo y volverá por más” y “Del colimba” dan cuenta del descontento de la sociedad con la casta política y de la vida gris de un adolescente en un cuartel durante su estadía en el servicio militar. Hay una interpelación constante al triste porvenir de una juventud en su eterna lucha por no naufragar. Ambas canciones son interpretadas por Iorio, quien imprime una cuota de emotividad en ellas, mientras que la voz de Claudio O’Connor explota en los temas más cercanos al trash, como “Ayer deseo, hoy realidad”, “Hospitalarias realidades” y “Cuando duerme la ciudad”. El doble bombo de “Pato” Strunz, y las seis cuerdas del “Tano” Romano son platos fuertes y elementos distintivos en la constitución del sonido hermético. El cierre del álbum queda a cargo del tandem "Moraleja"- " "Tano Solo", la primera dotada de un aire picaresco de chacarera donde el grupo deja entrever sus raíces folclóricas, mientras que en la última un solo de guitarra,  con el estilo agresivo del Tano, crea una atmósfera espacial que bien podría pertenecer a Brian May o David Gilmour.

Al poco tiempo del lanzamiento del álbum, las diferencias entre los integrantes del grupo pesarían más y el proyecto volaría por los aires. Fue justo cuando estaban en la cima. Sin embargo, y pese a las cenizas, el fuego de la H ardió de manera intensa; fugaz, sí, pero con una ira que marcó época. Nadie le podrá quitar al cuarteto un mérito ganado en buena ley; el de conmover a los duros; a esas huestes de cuero que, aunque sea a escondidas, enjugan una lágrima ante el vívido recuerdo de Hermética, esa banda que contó realidades que todos vivían pero no muchos veían…







Víctimas del vaciamiento, Hermética (disco completo)
Link: https://www.youtube.com/watch?v=b3qj1lO9JB0



miércoles, 17 de agosto de 2016

Apuntes en los márgenes de un verano, por Omar Vallejos



Recuerdo que era el año 2009, una cálida y típica noche de verano. Habíamos decidido, junto a un amigo, ir a un bar perdido de Buenos Aires en el barrio de Constitución a ver a una banda de rock que nos gustaba mucho, su nombre era “Él mató a un policía motorizado”, me parecía genial y no había manera que no llame mi atención, era extraño y rupturista, también lo era su cantante que rompía con todos los cánones a los que estamos acostumbrados a ver en el líder de una banda de rock. Lucía un sobrepeso  marcado, una mirada triste y desganada que parecía pedir a gritos no ser intervenida, no ser molestada., su timidez era implacable y entre canción y canción daba la impresión de pedir permiso para seguir tocando. Llegamos temprano para poder tomar algo tranquilos. Nos sentamos delante de la barra, pedimos un par de cervezas y permanecimos ahí conversando acerca de la gente que estaba a nuestro alrededor, riéndonos de ellos y de nosotros mismos mientras el alcohol iba modificando nuestra realidad. Debido al horario en el que habíamos llegado pocas personas estaban en el lugar: chicas y chicos modernos, algunos sujetos paranoicos y otros bastante más eufóricos yendo y viniendo del baño. ¡Mira quien está ahí!, dijo mi amigo. Sentados, a unos metros de distancia, se encontraban dos hombres charlando muy animadamente y para nuestra sorpresa uno de ellos era Santiago Barrionuevo, el muchacho del cual les hablé, el de la mirada triste y desganada. Me invadió un sentimiento placentero al verlo mezclado con la gente que lo iba a ver, no sé por qué pero me sentí feliz. Pero a su lado se encontraba otro hombre, deposité mi vista en él y no pude dejar de mirarlo, era pelado, llevaba puestos unos anteojos grandes,  me resultó casi invisible. En ese contexto, era como una especie de Robin o, peor aún, era como un extra en la escena. Otra vez intervino mi amigo, ¿sabes quién es el que está sentado al lado de Santiago?, no tengo la menor idea, le contesté. Es Fabián Casas, creo que es escritor, concluyó. El momento pasó y seguramente esa noche terminamos borrachos y no volvimos a hablar de esa escena tan particular. Sin embrago, paso el tiempo y, como el tango, Casas parecía estar esperándome para cambiar mi modo de percibir la vida. No voy a escribir sobre su última novela, no quiero escribir acerca de su actividad como poeta, quiero sí reflexionar con respecto al hecho milagroso que sucede cuando un ser humano, a través de palabras, llega a afectar a otro de una manera tan intensa, y esto fue lo que me sucedió al acercarme a su obra. Muchas veces me pregunté qué es lo que lleva a una persona a escribir. ¿El dolor propio de la existencia? ¿Tratar de comprender ese inmenso signo de pregunta que es nuestro  transcurso por la vida? En fin, todos queremos ser salvados de alguna manera. La obra de Casas está imantada por muchos interrogantes, que, percibidos en su conjunto, parecerían esbozar o susurrar una pequeña respuesta: seguí. Morí y reviví. Hay dolor, sí, también hay poesía. Existe algo contradictorio que subyace constantemente en toda su obra, una pulsión constante  que está detrás de las palabras y el lector la identifica pero no puede describirla, y es que sus poemas emanan dolor y paradójicamente incitan al espíritu a arriesgarse. Creo que esa “pulsión” no es otra cosa que la vida invitándonos a su casa. No puedo evitar pensar en su literatura como práctica, pensada desde la vida y sin separarse de ella, una especie de explosión de experiencias que luego se desplazan por todos sus libros. En momentos de tristeza, siento la necesidad de escuchar alguna canción que me haga sentir mejor, y entonces, una de las preguntas que suelo hacerme es qué voy a hacer cuando está termine. Después de leer algo de Casas, esta pregunta parece disiparse y, sin saber el motivo exacto, un éxtasis inevitable como la muerte invade todo mi existir, me vienen ganas de saludar a mi vecino y preguntarle por sus hijos, abrazar a un amigo y decirle que lo quiero mucho y después llamar por teléfono a la chica que me gusta, y que no me da bola, y recordarle lo linda que es. La vida nos vomita dolor constantemente: todos vamos a desaparecer. Ante esta certeza, la búsqueda de la belleza se vuelve casi un deber. Así entendí a Casas, como un escritor de la experiencia, un vitalista que supo espiar detrás del dolor. ¿Qué es lo que hace que una vida funcione y avance? Tengo la sensación de que Casas siempre estuvo haciendo covers de la filosofía en sus poemas bonsái. Buscando algo nuevo para ponerlo al alcance de todos, e intentando que la existencia, a pesar de todo, sea un poco mejor.







HEGEL


Me pregunto si la desesperación
es igual para todos.
Si Hegel, cuando se sintió morir
se sintió realmente morir
o intuyó una síntesis implacable
más allá de su cuerpo.
De todas formas, se hace difícil
no vivir en el miedo;
conozco gente que desea ser amada
y gasta su tiempo en los flippers.



Fabián Casas













lunes, 15 de agosto de 2016

El salmón, por Nacho Gump





NACHO nació en Viedma, el 15 de Noviembre de 1979. Estudió en Bellas Artes (IUNA), en la escuela de dibujo de Carlos Garaycochea y en el taller de pintura de Guillermo Roux. En 2015 publicó "Visiones de Antonio" (Palabras amarillas), un libro de ilustraciones e historietas. Recientemente publicó "Mariel y el Capitán" (Ascasubi ediciones), el cómic de la canción de Sui Generis.   





domingo, 14 de agosto de 2016

John Fante, “La hermandad de la uva” (fragmento)




“Entonces sucedió algo curioso. Mi padre se murió. Estábamos trabajando al aire libre, metidos en el hormigón y entre las piedras, y de súbito tuve la impresión de que se había ido de este mundo. Busqué su cara y lo vi escrito en ella. Tenía los ojos abiertos, sus manos se movieron, echaron una paletada de hormigón, pero estaba muerto y en la muerte no tenía nada que decir. A veces se alejaba como un fantasma,  se metía entre los árboles y meaba. ¿Cómo podía estar muerto, me preguntaba, si andaba y meaba? Era un fantasma, un cadáver, un fiambre. Quise preguntarle si se encontraba bien, si por casualidad seguía estando vivo, pero me sentía demasiado cansado, estaba demasiado ocupado muriéndome yo, demasiado cansado para construir una frase. Veía la pregunta en el papel, escrita a máquina, entre comillas, pero resultaba muy pesado verbalizarla. Además, no tenía tanta importancia. Todos teníamos que morir algún día”.     

viernes, 12 de agosto de 2016

Ma Kelly's Greasy Spoon (Status Quo, 1970): la contundencia de lo simple, por Joaquín Rodriguez



Entre las ricas novedades culturales que los años sesenta trajeron al mundo, podemos destacar la constitución del Reino Unido como un inédito semillero de intérpretes de blues. Lejos del inhóspito sur norteamericano, donde todo comenzó, los bluseros ingleses se multiplicaban aportando lo propio a un género que se alejaba del delta del Mississippi para mutar y recalar en nuevos horizontes. The Animals, Cream, The Yardbirds y Led Zeppelin, son algunos de los nombres más destacados que surgieron de los grandes centros industriales británicos, y que imprimieron una impronta fresca, desde un original acercamiento a la música tradicional negra.

Entre esa multiplicidad de artistas estaba Status Quo, un grupo formado en 1962 que en sus primeros dos álbumes se dedicó al rock psicodélico. Sin embargo, en 1970, la banda dio un vuelco en su obra y se lanzó en una búsqueda arriesgada que se plasmó en el disco “Ma Kelly’s Grace Spoon”, una placa dotada de diez canciones donde abunda el hard rock y los riffs pesados.

El disco comienza con Spinning wheel blues, una canción signada por las cabalgatas de guitarra que resume la idiosincrasia virulenta del álbum todo. Luego, los temas se pasean entre influencias zeppelinianas como April, Spring, Summer and Wednesdays, baladas cercanas a los Beatles como Everything y una brisa blusera que atraviesa el cancionero de punta a punta. Se trata de una placa potente que, trasladada a la realidad argentina, bien podría pertenecer a la discografía de Pappo’s Blues.

Si bien es cierto que la banda no es de las más reconocidas a nivel mundial, el álbum es una joya a la que llegan solo aquellos aventureros que toman un atajo de los gustos trillados, y apuestan por lo desconocido. Los resultados son satisfactorios, ya que disfrutar de un grupo de tamaño calibre es extraordinario y, en estos tiempos en los que el mundo está a un click de distancia, privarse de estos lujos es un pecado pagano.






Escucha el disco completo. Link: https://www.youtube.com/watch?v=dMgKt5dyNOo


jueves, 11 de agosto de 2016

episodios concretos en la vida de cualquier persona, por Javier Fernández Paupy & Marco Castagna

                                                                                 ern persona*
episodios concretos en la vida de cualquiewe


tranquilo
         Carla          cuesta caro
                                         pensar  menos
                             emociones  tampoco
                       silencio
                                                      Pienso en Carla
                                                                             colectivo
                                          llego tarde otra vez
                                           deuda
                                           no debo olvidar
                                           más
                                            las cuentas
                                             pendientes  .-






                                               marzo,  2013   .-


*el texto nació como cadáver exquisito, en el estilo de los surrealistas, queda como testimonio del encuentro lúdico de los autores. fue tipeado a máquina algún día de marzo del 2013. 

  

miércoles, 10 de agosto de 2016

Los Guns y yo: una educación sentimental, por Luciano Lamberti




1. Al primer cd que vi en mi vida lo tenía un amigo de la secundaria, y lo escuchamos después de una clase de gimnasia de segundo año del colegio Normal Doctor Nicolás Avellaneda. Era Use your illusion II, de los Guns n roses. Me asombró el sonido limpio, tan diferente al de los casets TDK negros o naranjas que escuchaba yo. Me asombraron también (y me conmovieron) algunos temas largos, como Breakdown Stranged November rain o Coma, que sumaban dos o tres estructuras distintas, y pasaban por varios estados. Era como si hubieran saltado de hacer un heavy metal soft (Apettite for Destruction) a incorporar una dimensión completamente nueva a su música. Habían cambiado de baterista (el primero era muy drogadicto hasta para ellos), habían incorporado al inmenso Dizzy Reed en los teclados, habían vuelto a las raíces folk y bluseras y de rock clásico para regresar al ruedo con algo nuevo y vital. Pero eran sus actuaciones en vivo lo que mostraban al grupo en toda su potencia. No sólo sonaban como los dioses, muy cerca de los discos, sino que su forma de vestirse los alejaba del género humano. No eran personas, no era gente que se fuera a levantar para el desayuno, eran verdaderos monstruos, estaban más allá de la humanidad. En una época como esta, en la que todos cantan en ojotas y remeritas, esos tipos traídos directamente desde los 80, con peinados altos y tips armados por un productor enfermo (las sugerentes calzas de Axl, la galera y los rulos de Slash) eran la última banda de rock. Vean, sino:





2. Stephen King dice que escribe escuchando los Guns, Metállica, AC DC, bandas tan ruidosas que es como escribir en silencio. Algo de la estética negra y brutal de esas bandas se cuela en sus novelas: es un escritor hardcore, por lo menos en sus mejores libros. Lo cierto es que cada escritor tiene su propia banda sonora, una música perfecta para lo que hace. Los primeros que se me ocurren: un jazz contemporáneo para Paul Auster, rancheras mexicanas para Yuri Herrera, música de videojuegos para David Foster Wallace. En Costas Extrañas, libro de ensayos de Coeetze, el sudafricano habla de su primera impresión al escuchar el clave bien temperado de Bach, una música extraña para su clase social y su formación artística, que lo marcó para siempre.La música no es sólo música, es la experiencia que la acompaña.
3. En Argentina, hay algunos fáciles. El rock barrial para Incardona. La cumbia para Cucurto. El hardcore podrido para Busqued. Ya hay otros que están escribiendo con una oreja en las bandas del indie: Fabio Martínez, escritor salteño radicado en Córdoba, cuya novela Los pibes suicidas tiene un epígrafe de El mató a un policía motorizado y puede leerse con esa música de fondo. O Pablo Natale (parte él mismo de la banda indie Bosques de Groelandia) cuya novela Los Centeno suena a Nick Drake o Elliot Smith.
4. Me animo a decir que un 87 % de los escritores son músicos frustrados. Hay una cualidad en la música que es imposible de alcanzar con las palabras, que siempre tienen que andar representando. La música es el arte más puro, como decía Borges, el más abstracto. Y quizás es en los Grandes Poetas donde se alcanza la música pura, sin necesidad de significado. Ver: César Vallejo, Héctor Viel Temperley. No significan nada más que el sonido de las palabras, desprendidas de su significado, vacías y resplandecientes. “Puta madre, quería escribir así”, dice un personaje de Piglia en Respiración artificial, refiriéndose a los cuartetos de Beethoven. Pero escribir así, por supuesto, es imposible.
5. 1992. Tengo diecisiete años y el pelo largo y sucio y voy a ver el recital de los Guns en la Argentina a la casa de un amigo. En mi casa no se puede porque a mi padre esos melenudos lo ponen de malhumor. Además corren rumores de que su música es diabólica: una chica se ha suicidado porque el padre no lo dejó ir al recital. Arrancan con Welcome to the jungle, Axl vestido con una remera argentina, el gran diablo inflable de dientes afilados atrás. Pero en medio de Night Train, la canción se corta a la mitad y Axl llama a la traductora. Unos dementes han arrojado al escenario una toallera de los vestuarios. La pobre chica elude como puede los sucesivos fuckings que Axel intercala en todas sus frases. Recuerdo eso como si lo estuviera viviendo, cada pequeño detalle, por ejemplo la campera que tenía puesta ese día (Adidas, azul oscuro) y los cigarrillos que nos fumamos cuando terminó (Marlboro, que le robé a mi padre) envalentonados por todo lo que fumaba Slash. Una educación sentimental no es buena ni mala, “es”, a secas.



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El texto fue publicado anteriormente en el blog de Eterna Cadencia el 28 de Agosto de 2013.


domingo, 7 de agosto de 2016

Música para mandrágoras, por Santiago Armando




Terminé con la Sorga el sábado, me repugna haber escrito ese libro morboso. Tenía que inventar, de nuevo, ya me rompe un poco los huevos inventar, es medio verso lo de inventar, y salió eso, lo de improvisar puede ser más solemne, el verso digo, miren como terminó Coltrane con esa “sublime” solemnidad, A Love Supreme, todo eso espiritual y se caga muriendo de cirrosis y ahora le están por cerrar la iglesia en San Francisco, qué querés que le haga, para mí Coltrane se terminó en el quarteto, que ya hacía mucho bochinche, si estás tranquilo ponés el Village Vanguard o el Birland y te duran dos segundos, y Eric Dolphy con el clarinete bajo le salva las papas, Miles dice en su autobiografía que al final McCoy azotaba las teclas, punching the keys dice, para escuchar un clarinete bajo hubo que esperar veinte años a Marcus Miller en Siesta.
Y todo esto la verdad, lo que me hace hablar, el sonido digital por ejemplo, de los discos nuevos, la voluptuosidad, el tenor del sonido digital se lleva todo el aire que corre como si no hubiera, como si tocaran al vacío, al aire me refiero, por ejemplo en el tecleo de Walter Gieseking en los preludios de Debussy. Hace mil mi hermano me trajo una compilación de Coltrane en vivo, toda inflada, horrible, no corre aire, en el último disco de Spinetta Un mañana tampoco. Una vez escuché el injerto de guitarras nuevas que le hicieron a unas grabaciones de Gardel, los imbéciles.
 Invoquemos al sobantra:
—Oba, Oba, Soboba en el Sabatini lluvioso muy frío.
— ¿Por qué me encierra la vida en una casa con losa radiante y ventanas herméticas?                 
—Sobad, hijo mío, sobadla agradecido.
—Hago dieta, tomo agua, casi no ingiero carne.
—Sorbe, y soba.
Abro la ventana. Un refucilo de aire se lleva el pedo de la frente.
Termina el disco de Spinetta, pían gorriones, paró la lluvia.
El techo gotea espaciadamente. Los pájaros, más animados, cantan.

Pongo Extraordinary Machine de Fiona Apple. Anda mal por un tipo dice, y se recompone sola, y las conclusiones las canta con la voz en vilo, y volviendo a su registro se da fuerza. Es hermoso, es del 2005, lo escuché por primera vez en cataratas que la Pollock lo puso en el Stand y cuando vio que me emocionaba me lo grabó, después lo encontré en ElAteneo de Jurabildo. Ella también es hermosa, Fiona— Pamela se deformó. Antes, en el laburo, al verla se me paraba, tenía una cinturita alegre y un pavito divino—. Se expresa con cambios de voz descarnados, todo el tiempo cambia la voz, no como estos pasteurizados de ahora. No espera, está una fracción antes, acechando el ritmo, la música se tensa, encima, vidente, dramática, resentida, se da fuerza, se mofa de sus pasadas esperanzas.” I think he let me down when he didn’t dissapoint me” histérica, ahora quiere al tipo de vuelta. Vive en Texas, hace unos años suspendió una gira que incluía a la Argentina porque se le estaba por morir el perro. Puede cantar con un set de brass, le da.. En una canción la banda por momentos por acompañarla hace un reggae medio carroza, cosa que le puede pasar a los solistas, a Miles le pasó en Tutu, igual zafa, no dura nada porque la música cambia todo el tiempo.
Y qué bosta los Great American Songbooks de Rod Stewart, más carroza imposible, la voz pedorra, impostada, la orquesta para cortarse los huevos. Hizo giras mundiales y la levantó en pala. Pocos cantantes pueden cantar con orquesta, hay que tener mucha fuerza, como Olga Guillot y Freddy Mercury que no cantaron con un set de brass porque hay que sermedio bajo, por decir el delirío musical de los bronces de Frank Sinatra.  A mamá le gusta Michael Bubblé, que se hace el choma, ningún cantante de ahora hace ese tipo de música yanqui en extinción, ponganlé una orquesta de negros de New Orleans. Cuenten, cuántos pueden cantar con una orquesta de vientos atrás.

Escuchador absoluto de Coltrane: Savino. Pero qué gusto Raúl Berón, “arrima tiempo” ese libro.Título Reynaldeano Salto de Mata,” Rey aldeano” me sugiere el corrector, lo saco, qué lindo es escribir sin corrector, a veces se captan letras que vienen con la respiración. A Viento del noroeste se la quiero regalar a mi consuegro.


“What wasted unconditional love! /on somebody, who doesn’t believe in this stuff” —Fiona.
“I miss that stupid” suspira, terminando el disco, Fiona. Pero falta Waltz, la última, que es para mearse de beatitud. De poder elegir una mujer, me quedaría con Fiona, pero qué baile que me pegaría.
La semana pasada me traje algunos de los discos de estudio que Miles Davis sacó con el sello Warner, Siesta, Tutu y Amandla, en ese orden descendente de gusto los pongo, producidos por Marcus Miller en los años 87 y 89, que aparecieron en Yenny, Made in Japan y a precio normal. También toca, Marcus Miller, mierda que toca el clarinete bajo de la marchita Kitt’s Kiss y Theme for Agustine al principio de Siesta, y el bajo, y toda esa aparatada ochentosa que es lo menos, lo que me interesa es escucharlo a él en sus últimos años, al Dark Magus, entre aparatos de última generación y músicos pibes de veintipico. Ahí está, tocando contra teclados, clarinetes bajos y castañuelas sintéticas, muy bicho, hacía lo que quería, de nuevo lejos de toda la zapada de su vida, las líneas melódicas vírgenes y todos alrededor, o atrás, pero abajo. De su autobiografía: “Todos esos músicos del carajo tocando y mi música flotando por encima”.

Los silencios de Miles en doo-bop.

Ay Iguazú, me leí la autobiografía de Miles en la pensión de esa vieja sucia con el mono encadenado en la puerta, un olor asqueroso, y la de Roland Kirk, y The World According to Garp. Cris nos veía con libros y nos decía que tanta energía veía en nosotros, pretendía que la usáramos para vender y vender más y más, Christian,el jefe de los promos. Hace una media hora lo saqué a él y a toda su familia de mi Facebook, y a todos los de Iguazú, me empecé a acordar de todas las que me hizo, por ejemplo cuando después de recibirlo en casa de mis padres en una visita a Buenos Aires y grabarle durante toda una tarde una pila de discos de Coltrane, las Piano Works de Debussy y las sinfonías de Beethoven por Von Karajan, se haya robado la caja, la hermosa edición alemana definitiva de la Deutsche Grammophon carísima de todas las sinfonías de Beethoven por la sinfónica de Berlín con Herbert Von Karajan me afanó, que era de mi hermana y cuidaba como un tesoro, y la reputísima madre que lo re mil parió. Encontré años después los discos y libritos internos tirados en el piso de su casa, los discos rayados, irrecuperables, cuando volví a Iguazú por última vez.
Una vez en el comedor de la casa de Cris, la primera de sus casas en Iguazú, no muy tarde después de comer pusimos Siesta, creo que estábamos fumados y bebíamos, la música me concentró en gozo al toque, tenía esa forma de tocar nueva, con sordina, se le escucha el aire sobrante por la mala embocadura de no practicar, Miles que ya estaba medio duro, medio del otro lado, casi veinte años después de Bitches Brew, que en ese momento las sesiones completas de Bitches Brew eran mi biblia, con Bitches me dormía todas las noches, lo pongo ahora y recuerdo la luz del equipo de música arriba de la mesa sin sillas de la pensión, con cargador para tres cd’s comprado en Ciudad del Este, me sobraba uno, porque las sesiones completas de Bitches son cuatro discos, y cada noche rotaba uno y me dormía bárbaro, y una vez fuimos todos al Cristal, el gran puterío que queda en la ruta hacia Foz do Iguaçuy me traje una puta a casa, Luisa, que era una diosa, dulce muy amorosa, y lo puse y le encantaba.” Deija, deija” me susurraba, metiéndome un dedo en el orto; otra vez me pareció ver un puma durmiendo debajo de la mesa sin sillas. Una vez se me apareció Miles, no recuerdo si fue una visión o un sueño, sentado en la oscuridad de una esquina del living de la casa que alquilamos después con mis cumpas, una imagen muy parecida a la tapa de Doo-Bop, y yo le miraba las manos.
Fuimos con Cris a Ciudad del Este y me traje una Jupiter de estudio, Cris tenía un saxo tenor Jupiter en ese tiempo, y me metí a clases con un sargento de la orquesta del ejército, muy práctico el tipo “Si aprende a solfear, puede tocar en cualquier lugar del mundo, siempre va a tener trabajo” Había músicos excelentes en el ejército y gendarmería que de noche tocaban en restaurantes y hoteles. Me hice amigo de otro saxofonista que me alentaba mucho y algo aprendí, algo llegamos a tocar, el casino de gendarmería quedaba frente a mi paradero y el muchacho se venía a tocar cuando yo llegaba de cataratas. Llevar las sesiones completas Bitches Brew a Iguazú, música insólita, selvas de sonido fantástico, que si bien tiene guitarra y rhodes parece acústica, se respiran esas densidades délficas en el ambiente gracias a esa calidad del sello Columbia y el productor Teo Macero—no como las grabaciones saturadas de ahora que es como si se hicieran al vacío— me subyugó como nunca esa música, durante años. Me sentaba en el jardín con el volumen bajo y las plantas, los palos de agua, me acompañaban atentos, les faltaba hablar, tan perceptibles como una persona vegetal. La noche de allá extraño, con el cansancio del día, y la trompeta bruja y esa música en el vapor bochornoso. Le regalé el box set a una mina que me entregaba un pavito precioso, después me arrepentí de dársela y la flaca me dijo jodete por boludo.

Flaca

Una vez escuchando el Village Vanguard de Coltrane fumado, tuve un mal viaje, en lo de Cris también, con la flaca, la música nos envolvía, era un cassette viejo saliendo de un grabador destartalado, empecé a temblar y nos tuvimos que ir, me prestaron un sweater de acrílico muy colorido que se terminó deshilachando y mi abuela lo volvió a coser y se lo devolví en mi siguiente vuelta. Volviendo a la casa la flaca me gastaba, se reía y agitaba los brazos como esos muñecos inflados por una bomba de aire en la puerta de los lavaderos que se veían hace algunos años y yo tétrico, y sin hablar nos fuimos a acostar y la flaca se me vino y yo la rechacé, se había calentado con Cris, ahí empezó una pesadilla que me duró años, esa noche, todo el quilombo de celos, la debacle de mi ignominia con la flaca, tan buena vida que llevaba se me cortó ahí, paranoia patente, inseguridades, miedos, toda esa mierda de fantasmas volvió de golpe, celos de su escritura, envidia literaria, amargura, odio, desconfianza de todos, una mierda paranoica que me marcó mucho tiempo, y para colmo toda esa semana con lluvia tropical y mucho frío y todos me chupaba un bledo menos la flaca que me miraba con tal desprecio en la intimidad pero mantenía las formas en el festejo de mi cumpleaños con un jean de corderoy negro que se me apetecía imposible,ya ni ganas le tenía, y la pija me empezó a aflojar. Al día siguiente la llevé a comer una pizza horrible a un boliche muerto en las siete esquinas, ya me había gastado todo ese sueldo suculento en llamadas telefónicas remises y boludeces, cuando vino finalmente a verme para mi cumpleaños (me trajo Zorba el griego y la música de la película de regalo) fuimos la primera noche a lo de Cris fumamos porro y nos cambió la película, se pudrió todo mal, para el carajo, y nos quedaban tres días juntos por delante que fueron una cagada, por suerte yo laburaba y ella se quedaba en la casa, o noaparecía por el parque, que yo supiera.

El vacío corre fílmico en el disco de Fripp & Brian Eno The Ecuatorial Stars, me llevo la oreja al ojo de cuerno y todos los gritos descarnados, morbosos, chillones, llorones, bolastristes contra eso que trata de abrir, clarear, van inflando el oído profundo, inflados como dos testículos de cobre como los paños térmicos de los satélites, me saco la oreja y sosteniéndola en el triángulo de los dedos de la mano, oreja horizontal con escroto debajo bien inflamado, los huevos grabadores colgando, alzándose aerostáticas las gónadas sondas, se elevan por encima del quilombo, del país, de los satélites, para siempre.




viernes, 5 de agosto de 2016

Diarios, por María Cecilia Speranza


I

Nunca nos despedimos. Es cierto, vos me lo dijiste esa noche que nos encontramos, de "purísima casualidad", en ese bar de la esquina de Honduras. Me miraste de lejos, como para asegurarte de que no fuera yo, exageradamente, sin ningún rastro de timidez, desafiante, inoportuno. Te sostuve la mirada- como nunca antes en ese instante infinito de desconocimiento y provocación- y no te quedó otra más que acercarte a mí. Me dijiste: "¡Qué casualidad encontrarte acá!" -Odiabas la expresión con la que te miraba cada vez que pronunciabas una palabra que yo no uso-. La música al palo, la transpiración del ambiente oscuro y vos, otra vez, gritándome al oído. Es el destino, me dijiste. Debería haberte dicho que estabas equivocado, que era un desencuentro menos en el agotado universo de nuestros desencuentros... pero no lo hice.

II

Esa noche, podríamos haber estado en ese bar triste de tanta alegría o en cualquier otra parte del mundo. En una plaza de la mano o en mi cama abrazándonos. No importaba. Me recordabas el día en que nos conocimos. Yo estaba leyendo un libro mientras tomaba un café. Vos te sentaste en la misma mesa y me preguntaste si podíamos compartir el libro o, en su defecto, el café. Te sonreí por primera vez y vos te reíste cuando te dije en voz baja: alea iacta est -me odie ese segundo-. Me contaste que estabas perdido, que tu laburo era una mierda y que tu secreto era que amabas pintar, que tenías un gato blanco y negro y que odiabas despertarte solo. Yo te conté que también andaba perdida, que me faltaba paciencia y me sobraba insomnio, que el blanco y el negro eran mis colores favoritos y que odiaba pintar. Me diste un beso tímido en la mejilla y me susurraste al oído que no creías en el destino. Me quedé en silencio. Yo tampoco creo, pensé en voz alta. Me miraste aturdido con una pregunta que yo abracé y no respondí nunca. Jamás te había mentido, excepto esa vez. Era la primera vez que no nos despedíamos. Te fuiste apurado, como si el silencio que indica al espectador el fin de la escena, obligara también al personaje a devolverse su máscara.

III

Viernes. Tu gato blanco y negro, con nombre de escritor, dormía en el vacío que habías dejado en la biblioteca. Estabas leyendo a Borges. No era difícil adivinarlo, tu biblioteca estaba ordenada alfabéticamente. Pensé que iba a ser difícil lidiar en tu caos invisible. Sonó el teléfono. Era la segunda vez que no nos despedíamos.

IV

Lunes. Un mensaje de voz espera.

V

Estoy de viaje fumando en un balcón que da a una callecita en una ciudad iluminada. Me escribiste preguntándome si iba a volver. Te conté que había ido a la "Bocca della Veritá" y que podía seguir usando mis dedos para encender un cigarrillo. No prometo, te dije. Aunque estaba de vuelta de algunos de los lugares de lo indecible.

VI

Martes. Primer sueño en meses. Estoy en una terraza. Suena una música que no conozco. Un gato se enreda en mis pies y luego desaparece. Veo una escalera empinada que lleva a otro lugar. Me despierto llorando.

VII

Miércoles. Dormís de costado. Odias verme fumar mientras leo, decís que me voy a otro mundo. Tomás café sólo cuando viajas. Tenés un cajón con chocolates. No te analizas. Abrazas a tu gato cuando nadie te ve. Cuando llegas a tu casa te gusta mirar el cielo por la ventana. Te preguntas cosas que yo nunca me preguntaría.

VIII

Me escribiste en una servilleta de papel una dirección y una fecha donde habría un libro esperándome. Un nene, no más de 6 años, toca con su dedo mi hombro y me regala un dibujo.

 IX

El subte y la gente, los ensayos cotidianos, el sentir que me desvanezco a cada paso, los esfuerzos inútiles por convencerme de que quiero realmente lo que quiero. No necesito hablar más en mi hora de análisis. Ya no soy yo. Tres semáforos en rojo. A veces me detengo en una esquina hasta que logro devolverme mi cuerpo. Qué mierda de todo lo que dije ahí adentro me dolió menos.

X

Jueves. Algo perdí. Las llaves, el atado de puchos, el examen o al gato. Da igual, la angustia es la misma.

XI

Domingo. No puedo salir de la cama. Te escribo: tenés razón nunca nos despedimos. Me devolviste un: yo tampoco.

XII
Martes. Tenías los dedos manchados de tinta la tarde en que llegué al departamento. La tinta borroneada bajo el agua se había quedado impregnada. Llevabas tatuada la libertad coartada de las noches en que el desvelo encierra en una jaula a los escritores de papel. El cristal roto dejaba traspasar una luz aguda y penetrante que alcanzaba a delinear unos trazos en acuarela sobre la pared. Cuando crucé el umbral del pasillo, no advertiste mis pasos, encendiste un cigarrillo y te sentaste en el sillón rojo que habías heredado de tu abuela. Tus ojos reflejaban ese azul grisáceo que antecede a la tormenta. No hablaste. El silencio siempre fue tu lenguaje. El mío, en cambio, sabía sobre la tristeza contenida en tu mirada.
XIII
Tu biblioteca desordenada. Tu búsqueda desesperada de una letra o infinitas que funcionaran de bálsamo o de antídoto contra el caos. El asfixiante descubrimiento de que tu vida cabía en un estante desvencijado. Tu gato blanco y negro duerme sobre la ventana que da a otro mundo. Me hablas sobre la tristeza irreductible.
XIV
Jueves. Unos acordes se fugan, una melodía lejana, apenas reconocible te atrapa. Caminas por París persiguiendo tu sombra, desembocas, algo encantado por el tumulto de gente que canta una melodía inentendible, en una pequeña galería al otro lado del río. Un acordeón. Un pibe ejecuta los primeros acordes de una Buenos Aires distante. El mundo debajo de tu pies se derrumbaba mientras seguís caminando extrañado, extraño, extranjero. Percibís la distancia que te aleja de mi a medida que la melodía se apaga. Me despierto y te abrazo. Me devolvés un abrazo que atesoro como un gesto silencioso de tu presencia.
XV
Lunes. "No hay soledad peor multiplicada que estar solo en una ciudad extraña", me escribís. A pesar del reloj, a pesar de tus palabras y el silencio. "No hay soledad peor multiplicada que el silencio de-a-dos, te respondo. Silencio.
XVI
Lo simple es encontrar las palabras. Lo difícil es ordenarlas y asumirlas. No importaba cuántas veces las repitiera en mi mente, se volvían temibles apenas esbozaba la idea de susurrarlas en tu oído. Nos une este silencio cómplice.
XVII
¿Te acordás la noche que fuimos a bailar tango?, me preguntaste una tardecita en San Telmo. Si, odié esa noche, te respondí. Te reíste y agregaste, que la había odiado porque detestaba pisarte los pies. Me reí. Y luego callé. Tenías razón, esa tarde me sentí descubierta en mi silencio. Esa misma noche también supe sobre tu ausencia y mi cansancio.
XVIII
Preparas la cena. Mientras compartimos la cocina, tu gato con nombre de escritor maulla y se desliza entre tus pies.
XIX
Domingo. Tu ausencia se hace presencia.
XX
Te extraño. No quiero verte.
XXI
Me escribís: quizás, lo simple llegue a destiempo para los que callamos las palabras que tememos.