La lluvia cae a tendales sobre algún páramo de las tierras bajas. El cielo truena y de fondo una campana repiquetea con sonido a muerte. La densidad crece hasta que la guitarra de Iommi aparece haciendo estallar por los aires el clima. Así comienza Black Sabbath, primer disco de la banda homónima, piedra fundacional del heavy metal y parteaguas en la historia de la música moderna.
Ozzy Osbourne, Tonny Iommi , Geezer Butler y Bill Ward eran cuatro jóvenes provenientes de las entrañas de Birmingham, uno de los centros industriales más importantes del Reino Unido. Pertenecían a una nueva generación que intentaba escapar de las conservadoras formas de vida británicas y subsanar las heridas que apenas 25 años atrás habían dejado los bombardeos alemanes sobre las diezmadas ciudades inglesas.
Black Sabbath (vol I) vio la luz en febrero de 1970. Con marcadas influencias del blues, un showman tan extraño como fascinante y la particularidad de ser dueños de un sonido pesado como no se conocía al momento, la banda creo en torno a sí una extraña mitología esotérica que causó temor en los mayores pero que atrajo la atención de los adolescentes y sus inquietudes.
Basados en los sonidos de la maquinaria pesada que asediaban a su urbe natal, los Sabbath compusieron un álbum dotado de riff lisérgicos, como el que marca el pulso en NIB o en Evil Woman, líricas fantasiosas que coqueteaban con el más allá, en el caso de The Wizard y guitarras medievales y de alto vuelo en Sleeping Village.
Son 38 minutos de blues blanco tocado de manera excelsa, ambientes por momentos asfixiantes y, por otros, lúcidos, manejados con una dinámica certera en la que el cuarteto redobla los tiempos a gusto y piacere.
La épica que rodea a Sabbath es inabarcable; desde la aventura del bajista Butler con un ente oscuro que lo llevó a componer el tema Black Sabbath, uno de los himnos más emblemáticos del heavy, hasta el accidente en el que Iommi perdió tres de sus falanges, lo que lo obligó a bajar dos tonos la afinación de su instrumento logrando el sonido característico del género, todo forma parte de una leyenda que se perpetuó a lo largo del tiempo pero que tuvo su puntapié inicial en este álbum.
Merece un párrafo aparte la tapa de la placa, una verdadera obra de arte. Una doncella de ropas negras y fauces amarillas yace de frente. Sus ojos observan de manera inquietante. Tras ella, una suerte de casa se pierde entre árboles otoñales y matices naranjas. Es un preludio delicioso que anticipa la llegada de una nueva era musical, tan extraordinaria como genuina. La era Sabbath de la música.
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