Nota del autor*
Después de mucho
tiempo – casi siete años- he vuelto a estos “Cuentos de la mujer y el solitario”,
que ya para entonces habían perdido contornos. Estuve tentado de reconstruir
las historias, suprimiendo párrafos, agregando algo a otras.
(Porque parece que en todo
poema hay una historia. Que todo poema ocurre entre el espacio que queda entre
la historia a que se refiere y el vacío que hay detrás de toda historia).
Después decidí
publicarlo tal como los volví a encontrar; de algún modo han sobrevivido a la
época en que los escribí y a todo lo que sucedió después.
V
Detrás del
cuarto en donde escribo,
del otro lado
del rio,
todas las noches
desaparece la montaña
y queda
solamente un lugar pequeño
bajo los
arbustos, bajo los cielos,
donde se acuesta
a dormir
una niña perdida.
Y toda la noche
se escucha
el murmullo del
agua.
Las cosas que
ocurren:
tantos hombres
solitarios
donde se acuesta
a dormir una niña perdida.
Tantos hombres
bajo estos cielos lejanos,
donde viene a
morir todo lo que no existe.
VI
La mujer cuyo
cuerpo era más grande. Una noche me dejó verla.
O esa otra,
sobre la que alguna vez me acosté a descansar, porque como estaba de paso, no
tenía nada que cuidar en este pueblo.
Como a ellas,
también a vos te amé. Pero nunca pude sentir que yo era ese, a tu lado, el que
amabas.
VIII
Con unas pocas
ramas tratamos de hacer un lugar donde vivir esos instantes. Pero como la noche
estaba por terminar, las ramas no eran suficientes: con la luz del amanecer
cualquiera podía vernos.
Su voz entonces
comenzó a sonar más débil. Aunque ella se esforzaba para hablar, como
intentando abrir túneles en la nada. Sobre su voz caía el tiempo: ya tenía que
irse.
La última vez
que la escuché cantaba todavía en la oscuridad.
IX
Estoy quieto
en mi centro
mientras giran
conduciendo al
deseo
tus caretas;
y en el centro
está tu rostro
que no veo, inmóvil
mientras giran
mis caretas
del otro lado
de la niebla.
XVI
Nos habíamos
convertido
en dos fantasmas
de la niebla
y entonces el
viento
nos llevó hacía
la noche.
XVIII
Una de ellas
tiene el cuerpo
lleno de flores
y mariposas.
Está enferma de
esa belleza.
Tocarla sería
herirla.
La otra está
encerrada
en un cuarto
distante del cuarto
donde estoy
encerrado.
Aquella con la
que estuve
abrazado atrás
de la última pared,
sintiendo el
viento de la llanura.
en verdad ha
nacido en la memoria.
XXXI
Abrió la ventana
y murmuró un nombre en el silencio. Un instante después sintió el frío de la
noche y la cerró y volvió a su cuarto.
Ella había
pasado por ahí mientras él dormía, caminando lentamente por el aire de la
noche.
*Tomando de “Cuentos
de la mujer y el solitario/ He visto vivir”, impreso en julio de 2015, Jujuy,
Argentina.
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