miércoles, 1 de febrero de 2017

Habichuelas de la muerte, por Marco Castagna







Habichuelas de la muerte


Buscás biografías de astronautas, libritos que lustrás con las yemas de los dedos, palpando como quien espera encontrar en la hoja muerta, la respiración de un ave, o el brillo enfebrecido de sus antiguos dueños. Las viudas tejen en lo insoportable de la espera una desgracia ficticia que puede volverse real. Mientras tanto juegan a la quiniela y tachan páginas en sus guías telefónicas. Por la avenida pasan colectivos repletos de gente determinada, indiferente. Un oficinista se masturba en el ventanal oscuro del edificio de la esquina. En el desamparo de los días, la gente le pasa la cadena temprano a sus puertas, como pidiendo que nada más pase.






Un bosque de madera noruega


El viento arrecia fuerte en las costuras de la urbe, ahí donde todo se vuelve natural al mismo tiempo se genera una capa, algo así como una costra de imbecilidad. Un bosque de madera noruega. Chicas, adolescentes que recortan hongos de un acuario improvisado de barro y hierba. Se miran las caras en el reflejo del agua estancada. Una escribe mentalmente una nota para su novio, otra piensa en la camisa leñadora sudada de su padrastro.





El chico rubio


Un perro-dragón trepa el sol, sube por las nubes quietas en la imaginación de videogame del chico rubio que recoge laureles. En una mesa apartada, debajo de un toldo, lo espera su padre, imperturbable; un alemán de expresión adusta y ojos nórdicos, elementales. El chico rubio tiene diecinueve años y se pasea por el patio con una libretita enmohecida en una mano y un sobretodo negro. Recorre la mirada del chico la experiencia de ser niño y dejar de serlo, la foto de un perro que nadaba en piletas sucias, un desayuno con su abuela alemana, excursiones aisladas por el barrio de la infancia. Una enfermera diminuta, de mirada apagada y voz ronca, lo rescata de su memoria frágil de niño que viaja en barco-delfín por primera vez. En la mesa su padre permanece igual que cada jueves, con una impaciencia apenas disimulada, un círculo que se repite como la formación de una joroba en la arena. Unos pájaros picotean granos o lo que encuentran en una zona de sombra. El chico camina con la libretita en la mano que contiene láminas que ilustran su vida, la de su padre y la de su madre muerta. Avanza hacia la mesa escoltado por la enfermera. Algunas noches el chico rubio sueña que su madre resucitada viene a buscarlo.


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