Cuando
hablamos de Dárgelos (nombre ficcional que dictó para sí mismo Adrián Hugo
Rodríguez) hablamos, quizás, de uno de los letristas más virtuosos en la escena del rock local.
En
lo que me concierne, el efecto dargeliano
fue absorbiéndome en cuotas -¿gotas?- a diferencia de otros artistas u obras que, rápidamente, se despliegan sobre uno.
Este
caso resultó distinto. Con el tiempo, y a medida que me encontraba más envuelto en el viaje que propone el muñeco de
Lanús, comprendí que la peculiaridad tenía sentido: las canciones que
Dárgelos guardaba en su equipaje se presentaban con tal extrañeza que demandaban
otro tipo de atención. Como si un rubor prendiera la luz del misterio y una
ironía trajera adherida una nueva forma de contar cómo eran las cosas.
Aquí, la quimera se constituía desde un colchón de sonidos vaporosos, que encadenaban
un relato que se erigía con palabras cuidadosamente elegidas.
Desde
mi lugar de testigo magnetizado podía entrever que se abría un imaginario que hasta
entonces no había encontrado.
Recuerdo
que Miami fue la primera obra
completa que me llegó desde el plano Dárgelos como un color caído del cielo.
Atravesando
el valle de valium
Miami, una placa excelsa desde lo musical, posee un fino registro epocal. Se trata de un trabajo que encarna, con crudeza e
inteligencia, lo que significó socialmente el delirio del menemato en su crisis crepuscular.
Además,
es un disco icónico para Babasónicos,
ya que allí Dárgelos y los suyos se despiden de un estilo ligado
a su discografía anterior para cobrar ese (otro) carácter singular que llegaría más tarde de la mano de Jéssico, Infame, Anoche, etc.
Miami fue un disco que mastiqué lentamente.
Cada canción era una porción que debía atravesar su proceso para ser digerida. Sensaciones
frescas rozaban los oídos y una densidad liviana forraba al hilo conductor. Fórmulas
ingeniosas en la poética de la canción hacían placentera la escucha del disco,
me mantenían cautivo, esperando obtener la respuesta a ese enigma que había
sido plantado.
Lo
más fascinante del asunto fue la astucia de esa pluma dargeliana que es capaz de retener la respuesta a la ecuación de la
sensibilidad y, al mismo tiempo, capaz de denunciar con desfachatez la
inmundicia y los pavores de nuestra intimidad.
Dárgelos
venía a proponer otra forma de comprensión.
Circunstancias episódicas de la vida posindustrial, de pronto adquirían un
formato novedoso, un enfoque fantástico. La rebelión no se expresaba desde la
proclama panfletista, sino desde el agotamiento manifiesto ante los mandatos
sociales omnipresentes y ridículos.
Siento
el fulgor y quiero entrar
Es
en Jéssico cuando la impronta dargeliana empieza a adquirir su punto
más alto.
Cada
letra, cada sonido, coinciden con una atmósfera que bordea los páramos por los
que te conduce el disco.
Los
versos parecen construidos ante la atenta supervisión del mismo glosario que
dió a luz un título como Jéssico.
La
farsa, el rock d-eléctrico, el
romanticismo explorado desde su costado más erótico, la gruesa que atraviesa todas las lateralidades, los calientes que se citan en la noche del conurbano fabril y hasta
el México de sol anaranjado, todos confluyen formando una gran constelación.
Desde
sus comienzos, Dárgelos mostró inquietud por lograr un estilo que se desmarcara
del resto, pero es en Jéssico donde queda
explicitada la consagración de un sello personal e indivisible a su propio
relato.
Se
detecta una versatilidad que muy pocos logran en el verso, un narrador que discute
con la realidad, aunque limpiándola de cualquier coqueteo solemne a la que suelen recurrir muchos letristas. La provocación toma la rienda y
hace de nosotros a su voluntad, quedando atrapados al componente somnífero de
cada canción.
Además,
parece dar con el vértice donde el sentido y el sonido de la oración se sellan
en un encuentro único e irrepetible. Es el estado en el cual la palabra y la
melodía, la melodía y la palabra, se fusionan constituyendo algo nuevo desde
ese cruzamiento. Y eso nuevo, quizás, sea lo que Dárgelos se inventa para
tolerar “la miseria que recibe del
mundo”, según sus propias palabras.
Años
más tarde en el álbum Infame,
cantará:
“Acurruquémonos mi amor,
Todo estalla en derredor,
La miseria y su estertor nos mata”
Prefiero
que inventen
Si
se repasa la biografía de Babasónicos
podrá observarse que la inventiva de Dárgelos se renueva, refresca y potencia álbum
tras álbum.
En el muñeco de Lanús podemos encontrar a un escritor de canciones de rock que nutre su
pluma con el aporte siempre enriquecedor de la literatura. Daremos con un voraz
lector de Thomas Pynchon, Cormac McCarthy, Marcelo Cohen,
Rodolfo Fogwill, Alberto Laiseca, entre muchos otros.
Remarcar
este dato es insoslayable para tomar dimensión del hombre que está detrás de composiciones
como:
“Y conoce que la vida no termina donde
vos lo ves, ser así no cuesta nada”
“Formas naufragas viajan a la deriva, al
encuentro con la nada misma”
“Con la intemperie te arropas”
Si
los oímos depositados dentro de sus respectivas melodías podremos intuir el uso de un minimalismo recatado y perspicaz. Siendo éste uno de sus
máximos aciertos: la búsqueda de la belleza a partir de unos pocos recursos, eligiendo
con pericia aquellos que se presentan como los más indicados para su misión.
En
definitiva, puede que Dárgelos no sea el héroe
del rock con el que todos sueñan, pero quizás sí sea un escritor que se
infiltró en el rock para incomodarnos.
Maravillosa referencia la que hace Morales para con este artista y el mundo detrás de su obra. Siento ahora la necesidad de repasar, por lo menos, esas 2 obras: "Miami" y "Jéssico". Un Fuerte abrazo!
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