viernes, 2 de septiembre de 2016

"Sin rencores, querida", por Joaquín Rodriguez




Ayer volví a escuchar esa canción de Bob Dylan que tanto nos gustaba. En realidad, no entiendo porque, ya que su letra no representaba aquel presente feliz, pero supongo que es una propiedad inherente de la música; esa que logra parecernos maravillosa por más que en ocasiones, no nos identifique ni siquiera un poco. ¿Te acordás como nos gustaba ese tema? Sobre todo la parte aquella que dice "there was music in the cafes at night, and revolution in the air"...qué potencia.

Recuerdo aquellos viajes luego del trabajo, en el colectivo mirando por la ventana de madrugada hasta tu casa, percibiendo una paz imposible de encontrar en otro momento; esas pequeñas travesías que significaban todo para mí y que hoy son excursiones de cacería, en búsqueda de la poesía perdida en una ciudad que se presta a la insanía. Buenos Aires es generosa a veces.

Como una fugaz puñalada, aparecen ante mí aquellos paseos por la urbe nocturna y apocalíptica, tan vacía de ejecutivos y patrullas, y nosotros…¡ja, nosotros! Atreviéndonos a sonreír mientras pateábamos la avenida Callao, alejándonos del Bajo para llegar hasta la terminal de micros donde la luna nos protegía como Jefa de Estado celestial.

No soy lo suficientemente viejo como para perderme en un mar de melancolía, pero admito, querida, que me permito de tanto en cuando algunos momentos para sumergirme de lleno en ella. De ahí que hoy en día la lírica de "Envuelto en tristeza" sea una radiografía certera de las horas que enfrento.

Luego vinieron esas vacaciones de montaña y algo de tranquilidad entre aire límpido y el sonido de los ríos que barrían con las impurezas humanas antes de que nos adentremos en incertidumbres propias de jóvenes soñadores y con tantas delicias por descubrir.

Tras ello, llegó la promesa de volver en cuanto haya alguna ventana en nuestras atareadas vidas y henos aquí, tan cerca y tan lejos, aún esperando esa hendija maldita.

Al regresar comenzaron los conflictos más fuertes que, como ya dije y hoy vistos en perspectiva, no estaban tan mal, porque de un modo u otro seguíamos comunicándonos. Había en ellos un extraño magnetismo.

Claro, hasta la última gota que rebalsó el vaso; entonces, llegó tu partida; tan disruptiva aún para mí, que la creía imposible y me atrevía coquetear con ella, jugando a tirar de la cuerda un tanto más; no comprendiendo que las tensiones no eran parte de un juego de niños sino un eslabón más de una cadena de sinsabores no resueltos y pasados disímiles que, por una razón u otra, en algún momento confluyeron con lógica razón.

Pero bien, yo no soy Dylan y no puedo sentarme a componer una obra maestra movilizado por la angustia de la ausencia. A cambio, ofrezco la pitada de un cigarro, un buen vaso de whisky y una noche de póker con amigos, camuflando toda esa desgracia contenida por aquel viaje improvisado en el que te alejaste para no volver.

Todo eso se fue; tu singular belleza, el gozo ante algún disco compartido, los debates filosóficos para terminar callando nuestras locuras con un beso y tantas otras mieles. Volaron lejos y en mi cabeza sólo quedó el constante repiqueteo de lo que estarás haciendo ahora por vaya a saber dónde.


A veces pienso si obre mal. Otras, en cambio, pongo un álbum y me recuesto. Luego me arrepiento de aquello por un rato, hasta que logro conciliar el sueño y ya en la mañana me siento convencido otra vez. En fin; creo que ahora me acostaré, cerraré los ojos y me encontraré conmigo mismo una vez más. Intentaré conocerme un poco nuevamente, hasta que el sueño me supere y me transporte hasta la salida del sol. Muy en mi interior a veces tengo una certeza, pero en general se pasa pronto. No debí haberte asesinado.










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