miércoles, 17 de agosto de 2016

Apuntes en los márgenes de un verano, por Omar Vallejos



Recuerdo que era el año 2009, una cálida y típica noche de verano. Habíamos decidido, junto a un amigo, ir a un bar perdido de Buenos Aires en el barrio de Constitución a ver a una banda de rock que nos gustaba mucho, su nombre era “Él mató a un policía motorizado”, me parecía genial y no había manera que no llame mi atención, era extraño y rupturista, también lo era su cantante que rompía con todos los cánones a los que estamos acostumbrados a ver en el líder de una banda de rock. Lucía un sobrepeso  marcado, una mirada triste y desganada que parecía pedir a gritos no ser intervenida, no ser molestada., su timidez era implacable y entre canción y canción daba la impresión de pedir permiso para seguir tocando. Llegamos temprano para poder tomar algo tranquilos. Nos sentamos delante de la barra, pedimos un par de cervezas y permanecimos ahí conversando acerca de la gente que estaba a nuestro alrededor, riéndonos de ellos y de nosotros mismos mientras el alcohol iba modificando nuestra realidad. Debido al horario en el que habíamos llegado pocas personas estaban en el lugar: chicas y chicos modernos, algunos sujetos paranoicos y otros bastante más eufóricos yendo y viniendo del baño. ¡Mira quien está ahí!, dijo mi amigo. Sentados, a unos metros de distancia, se encontraban dos hombres charlando muy animadamente y para nuestra sorpresa uno de ellos era Santiago Barrionuevo, el muchacho del cual les hablé, el de la mirada triste y desganada. Me invadió un sentimiento placentero al verlo mezclado con la gente que lo iba a ver, no sé por qué pero me sentí feliz. Pero a su lado se encontraba otro hombre, deposité mi vista en él y no pude dejar de mirarlo, era pelado, llevaba puestos unos anteojos grandes,  me resultó casi invisible. En ese contexto, era como una especie de Robin o, peor aún, era como un extra en la escena. Otra vez intervino mi amigo, ¿sabes quién es el que está sentado al lado de Santiago?, no tengo la menor idea, le contesté. Es Fabián Casas, creo que es escritor, concluyó. El momento pasó y seguramente esa noche terminamos borrachos y no volvimos a hablar de esa escena tan particular. Sin embrago, paso el tiempo y, como el tango, Casas parecía estar esperándome para cambiar mi modo de percibir la vida. No voy a escribir sobre su última novela, no quiero escribir acerca de su actividad como poeta, quiero sí reflexionar con respecto al hecho milagroso que sucede cuando un ser humano, a través de palabras, llega a afectar a otro de una manera tan intensa, y esto fue lo que me sucedió al acercarme a su obra. Muchas veces me pregunté qué es lo que lleva a una persona a escribir. ¿El dolor propio de la existencia? ¿Tratar de comprender ese inmenso signo de pregunta que es nuestro  transcurso por la vida? En fin, todos queremos ser salvados de alguna manera. La obra de Casas está imantada por muchos interrogantes, que, percibidos en su conjunto, parecerían esbozar o susurrar una pequeña respuesta: seguí. Morí y reviví. Hay dolor, sí, también hay poesía. Existe algo contradictorio que subyace constantemente en toda su obra, una pulsión constante  que está detrás de las palabras y el lector la identifica pero no puede describirla, y es que sus poemas emanan dolor y paradójicamente incitan al espíritu a arriesgarse. Creo que esa “pulsión” no es otra cosa que la vida invitándonos a su casa. No puedo evitar pensar en su literatura como práctica, pensada desde la vida y sin separarse de ella, una especie de explosión de experiencias que luego se desplazan por todos sus libros. En momentos de tristeza, siento la necesidad de escuchar alguna canción que me haga sentir mejor, y entonces, una de las preguntas que suelo hacerme es qué voy a hacer cuando está termine. Después de leer algo de Casas, esta pregunta parece disiparse y, sin saber el motivo exacto, un éxtasis inevitable como la muerte invade todo mi existir, me vienen ganas de saludar a mi vecino y preguntarle por sus hijos, abrazar a un amigo y decirle que lo quiero mucho y después llamar por teléfono a la chica que me gusta, y que no me da bola, y recordarle lo linda que es. La vida nos vomita dolor constantemente: todos vamos a desaparecer. Ante esta certeza, la búsqueda de la belleza se vuelve casi un deber. Así entendí a Casas, como un escritor de la experiencia, un vitalista que supo espiar detrás del dolor. ¿Qué es lo que hace que una vida funcione y avance? Tengo la sensación de que Casas siempre estuvo haciendo covers de la filosofía en sus poemas bonsái. Buscando algo nuevo para ponerlo al alcance de todos, e intentando que la existencia, a pesar de todo, sea un poco mejor.







HEGEL


Me pregunto si la desesperación
es igual para todos.
Si Hegel, cuando se sintió morir
se sintió realmente morir
o intuyó una síntesis implacable
más allá de su cuerpo.
De todas formas, se hace difícil
no vivir en el miedo;
conozco gente que desea ser amada
y gasta su tiempo en los flippers.



Fabián Casas













2 comentarios:

  1. "ante esta certeza, la búsqueda de la belleza se vuelve casi un deber." me gustó, cuate. aguante bohemia.

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  2. aguante vos nico, qué bueno te haya gustado la nota. A la espera de tu material. Abrazo fraterno

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