miércoles, 10 de agosto de 2016

Los Guns y yo: una educación sentimental, por Luciano Lamberti




1. Al primer cd que vi en mi vida lo tenía un amigo de la secundaria, y lo escuchamos después de una clase de gimnasia de segundo año del colegio Normal Doctor Nicolás Avellaneda. Era Use your illusion II, de los Guns n roses. Me asombró el sonido limpio, tan diferente al de los casets TDK negros o naranjas que escuchaba yo. Me asombraron también (y me conmovieron) algunos temas largos, como Breakdown Stranged November rain o Coma, que sumaban dos o tres estructuras distintas, y pasaban por varios estados. Era como si hubieran saltado de hacer un heavy metal soft (Apettite for Destruction) a incorporar una dimensión completamente nueva a su música. Habían cambiado de baterista (el primero era muy drogadicto hasta para ellos), habían incorporado al inmenso Dizzy Reed en los teclados, habían vuelto a las raíces folk y bluseras y de rock clásico para regresar al ruedo con algo nuevo y vital. Pero eran sus actuaciones en vivo lo que mostraban al grupo en toda su potencia. No sólo sonaban como los dioses, muy cerca de los discos, sino que su forma de vestirse los alejaba del género humano. No eran personas, no era gente que se fuera a levantar para el desayuno, eran verdaderos monstruos, estaban más allá de la humanidad. En una época como esta, en la que todos cantan en ojotas y remeritas, esos tipos traídos directamente desde los 80, con peinados altos y tips armados por un productor enfermo (las sugerentes calzas de Axl, la galera y los rulos de Slash) eran la última banda de rock. Vean, sino:





2. Stephen King dice que escribe escuchando los Guns, Metállica, AC DC, bandas tan ruidosas que es como escribir en silencio. Algo de la estética negra y brutal de esas bandas se cuela en sus novelas: es un escritor hardcore, por lo menos en sus mejores libros. Lo cierto es que cada escritor tiene su propia banda sonora, una música perfecta para lo que hace. Los primeros que se me ocurren: un jazz contemporáneo para Paul Auster, rancheras mexicanas para Yuri Herrera, música de videojuegos para David Foster Wallace. En Costas Extrañas, libro de ensayos de Coeetze, el sudafricano habla de su primera impresión al escuchar el clave bien temperado de Bach, una música extraña para su clase social y su formación artística, que lo marcó para siempre.La música no es sólo música, es la experiencia que la acompaña.
3. En Argentina, hay algunos fáciles. El rock barrial para Incardona. La cumbia para Cucurto. El hardcore podrido para Busqued. Ya hay otros que están escribiendo con una oreja en las bandas del indie: Fabio Martínez, escritor salteño radicado en Córdoba, cuya novela Los pibes suicidas tiene un epígrafe de El mató a un policía motorizado y puede leerse con esa música de fondo. O Pablo Natale (parte él mismo de la banda indie Bosques de Groelandia) cuya novela Los Centeno suena a Nick Drake o Elliot Smith.
4. Me animo a decir que un 87 % de los escritores son músicos frustrados. Hay una cualidad en la música que es imposible de alcanzar con las palabras, que siempre tienen que andar representando. La música es el arte más puro, como decía Borges, el más abstracto. Y quizás es en los Grandes Poetas donde se alcanza la música pura, sin necesidad de significado. Ver: César Vallejo, Héctor Viel Temperley. No significan nada más que el sonido de las palabras, desprendidas de su significado, vacías y resplandecientes. “Puta madre, quería escribir así”, dice un personaje de Piglia en Respiración artificial, refiriéndose a los cuartetos de Beethoven. Pero escribir así, por supuesto, es imposible.
5. 1992. Tengo diecisiete años y el pelo largo y sucio y voy a ver el recital de los Guns en la Argentina a la casa de un amigo. En mi casa no se puede porque a mi padre esos melenudos lo ponen de malhumor. Además corren rumores de que su música es diabólica: una chica se ha suicidado porque el padre no lo dejó ir al recital. Arrancan con Welcome to the jungle, Axl vestido con una remera argentina, el gran diablo inflable de dientes afilados atrás. Pero en medio de Night Train, la canción se corta a la mitad y Axl llama a la traductora. Unos dementes han arrojado al escenario una toallera de los vestuarios. La pobre chica elude como puede los sucesivos fuckings que Axel intercala en todas sus frases. Recuerdo eso como si lo estuviera viviendo, cada pequeño detalle, por ejemplo la campera que tenía puesta ese día (Adidas, azul oscuro) y los cigarrillos que nos fumamos cuando terminó (Marlboro, que le robé a mi padre) envalentonados por todo lo que fumaba Slash. Una educación sentimental no es buena ni mala, “es”, a secas.



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El texto fue publicado anteriormente en el blog de Eterna Cadencia el 28 de Agosto de 2013.


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